Los rincones vacíos de la casa ya desmantelada. Mi madrastra me castigaba fregando los rincones. Los quería impolutos, decía que se tenían que ver relucientes. Allí me quedaba llorando horas y horas sin que me levantara el castigo. Allí dejé mi vista cegada por la oscuridad. Mis manos desgarradas por el jabón y la lejía. Yo prefería limpiar los cristales, para ver la luz del sol por la ventana.
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