Nos enviaban de una patada a las duras calles. Los amos o señoritos cuando se enteraban que nos habían dejado embarazadas.
Nunca les importamos nada, porque si no, se habrían hecho cargo de los niños. Pero
no, eso no podía ser, porque su reputación estaría en bocas de todos. Y
nosotras solo éramos unas humildes criadas que solo servíamos a sus esposas en
la casa y a ellos en la cama.
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