EL TROFEO DE CARMINA
El
sol de media tarde mantenía templada la piedra de la pared de la puerta del
Calvario. Carmina permanecía apoyada en el muro cuando, por detrás una voz familiar le saludo, ella se volvió y allí estaba su antiguo profesor
de Filosofía.
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Puerta del Calvario |
Ella vio la luz a sus
dudas cuando percató que era Salvador, pues recordó que él era traductor de latín.
—¡Hola! nunca me alegré tanto de
encontrarte hoy, pues tengo unas dudas que me las puedas aclarar
- Comentó ella.
Le mostró un libro que saco de su mochila, Salvador lo cogió y abrió por la página que le indicó Carmina. Ojearon la página en cuestión, hasta detenerse en una frase que deletreo el texto en latino.
"Usque ad gradum chori initia in direct ex introito verae sapientiae lunare complementum sepultum est".
—“En el coro está enterrado el verdadero conocimiento
lunar”.
—Te has aproximado, aunque es probable que Salustio no hubiese reservado ningún lugar privilegiado del Quirinal a tu traducción. —Se burló Carmina.
—El significado correcto es este: Desde la entrada y en línea recta hasta el comienzo de las escaleras del coro se halla enterrado el complemento lunar del auténtico conocimiento.
— ¡Chissst!, Carmina le toco los labios con el
dedo índice. —No hables tan alto.
Le reveló el preludio de la gran obra que había de llevar a cabo en el interior de la Iglesia.
—Pero, ¿a qué gran obra te refrieres? -sus fulgentes ojos escrutaban la palidez
de Carmina.
— ¿No
será en la iglesia de Sta. María?-preguntó Salvador.
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Iglesia de Sta. Mª del Castillo |
—¡Así es! –respondió sin exteriorizar emoción alguna, mientras buscaba en
el libro una página cuya numeración parecía conocer de memoria.
—Lee esto, – le señaló con el dedo.
"Ub cetario praesente, quorum templum templi
militum fuisse un parientinais"
—Todo
está muy claro, en la iglesia de Sta. María, Cetario, Cetarium, se construyó sobre las
ruinas de una antigua iglesia templaría y en su subsuelo se esconde el secreto.
—Bueno, supongamos que esa cita se refiere al coro de
la iglesia. —le dijo Salvador.
Carmina se sentó en el perfil de un ágil salto. Leyó sujetando el libro en
el regazo.
Nicolás Lenglet Dufresnoy, alquimista holandés de siglo XVIII, que a su vez cita a Lucas Tuy, cronista del siglo XIII quien da fe de una serie de emplazamientos templarios en la península y concretamente templarios portugueses.
Durante unos segundos sólo sonaba el piar de los pájaros, hasta que Carmina descendió del perfil y aferró la mano de Salvador.
—Ayúdame a encontrar el Pulvis Coeruleus de los alquimistas medievales que
según Lucas Tuy, se halla en los cimientos de la iglesia,- Señalando la
torre.
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Torre de Sta. Mª del Castillo
—Al
Subliminal…, polvos azules de alquimista…, templarios en Olivenza.—Salvador
soltó una carcajada.—Carmina me parece que no llegó a captar tu sentido del
humor.—No tengo ningún inconveniente en acompañarte en dicha
aventura.
Con
voz queda, suave, iba poniendo al tanto acerca de proyecto, consistente en la
búsqueda del polvo azul de la alquimia medieval, a pesar de la terca insistencia de
Salvador por conocer la utilidad del Pulvis Coeruleus, no soltó prenda, postergando las
aclaraciones para el momento decisivo, debían de presentarse esta noche en la
iglesia. Aprovecharían un funeral que había de comenzar por la tarde para ocultarse en el templo una vez terminado las exequias.
—En casa tengo un martillo, dos cinceles y un
cortafrío. Cuento además de guantes, linternas, pilas ,sacos de basura y ropa
adecuada.
—Creo que será suficiente- Le estampó un beso en la mejilla.
—¡Carmina, que disparate!. ¡Ojala! nos proteja el
espíritu de algún templario.
—Salva, a las siete y media en la puerta de la iglesia.
A la
hora señalada allí estaban Carmina con una abultada bolsa colgada del hombro.
Entraron los dos antes de que sacaran el ataúd del coche fúnebre. Tomaron
asiento en uno de los bancos.
Llegado
el momento de la comunión, Salvador aprovecho el desfile de algunos fieles para
garabatear en unas líneas en un trozo de papel que con disimulo entrego a su
compañera “Tendrá que ser en un confesionario”.
Cuando
los cánticos finales despiden al féretro y los asistentes a la ceremonia, abandonaban
la iglesia, Salvador y Carmina se escondieron en el confesionario. Comprobaron que no les había
visto nadie. Solo tenían que esperar que
cerraran la iglesia.
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Confesionario en el interior |
Una
vez que se quedaron solos, Carmina vacío el bolso en el suelo, comprobó que no
había olvidado nada. Abrió el libro sin titubeos en la página cuyo contenido
conocía casi de memoria y elevó los ojos hacia debajo del coro, musitando:
"Es introito usque ad gradum chidori
initia…"
—¡Salva!
debemos extraer estas dos baldosa debajo a las escalinatas. -Un
cincel y un martillo bastaron para separar las junturas.
—De
acuerdo emprendamos la búsqueda de la sal sublime, pero antes debo
conocer los motivos por los que quieres encontrar esos polvos mágicos.
—¡Mira Salva! Vamos en pos de un descubrimiento.
Cuando los rayos de radio cobalto que la luna infiltre por la noche en mi
rostro y los combine con la cantidad exacta de mercurio y azufre que
constituyen el ungüento del Pulvis Coeruleus, mi rostro no envejecerá
jamás. Cumpliré años, transcurrirá décadas de mi vida sin que mi cara muestre,
estrías, frunces y arrugas. Lograré la eterna juventud.
—¿Sabes qué significa eso para una mujer?
Salvador la miró a los ojos y no pudo evitar un ligero
estremecimiento ante el fulgor que dinamitaban.
—Si las cosas fueran como dices, hace tiempo que las multinacionales farmacéuticas de los grandes laboratorios hubieran obrado el prodigio.
—¡No! recuerda que hay que emplear la cantidad exacta, el enigma de la proporción justa
de mercurio y azufre combinado con los rayos lunares desapareció con los
alquimistas templarios y nadie hasta hoy ha logrado su fórmula.
—Manos a la obra Carmina -dijo Salvador-.
—Aquí- le señaló Carmina.
—Separamos las ensambladuras de estas baldosas.
—Ten cuidado no romperlas,
tenemos que dejarlas igual que estaban para no dejar rastros.
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Lápida templaria |
Salvador enfocó la linterna hacia las pétreas
superficies que ocultaban las baldosas. Cogió el martillo, golpeó sobre el
cincel, abrió un boquete.
—Estoy nerviosa y emocionada, Salva. Estamos a punto de descubrir el mágico secreto enterrado durante centurias.
A Salvador le temblaban las manos cuando se dispuso a
abrir los sacos para guardar todo resto de cemento.
Al
cabo de media hora la crisopeya desveló la oculta esencia de la materia, todo
se transformó en oro, pero no en simple metal, sino en el oro de la felicidad,
de la justicia, de la belleza y la bondad.
—¡Carmina
ven aquí, mira, asómate! – Y le señaló unos diminutos puntos que, bajo el foco
de la linterna reverberaban en el limo.
La joven Carmina presa de la agitación estiró el brazo
y tras comprobar la presencia de unos suaves centelleos azulados, se embadurnó
el rostro mientras danzaba y giraba sobre sí misma, como un derviche persa.
Salvador contemplaba el azulado rostro de su compañera. Continuó observándola
hasta que se abalanzó sobre él y estampó sus labios en la boca.
—Gracias, Salva, gracias, no creo que alcances a comprender los que significa esto para mí.—Acaríciame, -susurraba Carmina-
Salvador, la despojo de su blusa. La encontraba más atractiva con la cara embadurnada que con su mácula palidez habitual. En medio de la nebulosa pasional se acomodaron desnudos en un banco. Salvador, sentado, con la espalda apoyada en el respaldo y Carmina encima con las piernas separadas hacia afuera por el hueco del espaldar.
—Hieros Gamos… renazco a la belleza inmarchitable… La gran obra se consuma- Suspira Carmina entre jadeos.-
—¡Hieros
Gamos…!
Fotos y relato autora: Mamen Píriz García derechos reservados en Safecreative
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