jueves, 3 de noviembre de 2016

RELATO: FETICHISTAS

                           
  


En un edificio de cinco pisos de una ciudad cualquiera habitan una serie de personas. Como casi todos  los vecinos hacen una vida normal: se levantan, se duchan, van a trabajar, etc...
María la vecina del tercero, una señora de mediana edad con apariencia dulce es ama de casa y cuida a su familia de dos hijos y el marido. Como casi todos los días hace la colada y sube a la azotea comunitaria a tender la ropa. Hoy hace un día espléndido, calienta el sol desde muy temprano. María al coger el ascensor, para subir a la azotea  se encuentra con Martín el vecino del 4º. Martín es un hombre de sesenta años, viudo más bien bajo de estatura pero, de aspecto bonachón,  tiene unos ojos vivaces y cejas pobladas, es calvo y se  tapa su cabeza  con un sombrero.

— ¡Buenos días, Martín! hoy hace un día espléndido, - le dice María.

— ¡Buenos días, María! eso parece y voy a aprovecharlo.- le contesta Martín, sin mediar más palabras.

Martín sube todos los días a la azotea a pasear cuando hace sol. Le gusta dar paseos entre la ropa tendida la mira, la toca y  la huele. Le encanta ver ropa interior sobre todos sujetadores y bragas. Se fija en cada una de ellas y se imagina a la persona que pueda pertenecer. Le encantan las tangas, las bragas de satén que tiene puntillas, la toca les gusta su sedoso tacto.

Hoy reparó en unas bragas negras, las tocó suavemente, las acarició. Cerró los ojos y estuvo un rato imaginando a quien pudiera pertenecer. A cuál de las tres jóvenes estudiantes que viven compartiendo el primer piso. Si serían de unas de las chicas morenas o de la rubia. Él las olisqueó, olían a suavizante, pero a él le hacía recordar el olor de la ropa interior que guardaba su mujer en la cómoda. Comenzó a recordar el olor corporal de su mujer, siempre lo tenía presente.

En otra cuerda del tendedero, encontró otras bragas de algodón de mayor tamaño, no albergó dudas, supuso que pertenecían a la vecina que hacía un rato se encontró en el ascensor. Al lado de las bragas de algodón pendía un sujetador de talla grande, sobria sin algún adorno. Pensó en su vecina unos años más joven que él  que  está de buen ver.

Le gustaban las mujeres con pechos grandes, se acordaba de su mujer que las tenía grandes, pero hacía dos años que falleció de un cáncer de pecho. Se acordaba cómo los acariciaba, los tocaba, los lamia durante más de cuarenta años que vivió junto a su esposa.

Por la noche una de las estudiantes subió a recoger la colada y notó que le faltaban varias tangas del tendal, es su lugar colgaban solo las pinzas. La chica fue a preguntar a  teresa la portera,  que vive en la planta baja, tocó el timbre  y  la portera abrió.

— ¡Señora Teresa! Acabo de subir a la azotea a recoger nuestra ropa y las  tangas han desaparecido. ¿Le ha entregado algún vecino las prendas por casualidad?

— ¡No hija no! ¿No se habrán volado o caído?

— Hoy no ha hecho viento y no creo que se hayan volado, Además a Marisa el otro día le faltó un par de tangas.

— ¡Qué raro! Y..... ¿No estaban caídas en el suelo? No te preocupes que mañana pregunte a las vecinas a ver si las han visto y las han recogido.

Al día siguiente la portera se encontró con María en el portal y le preguntó:

— ¿Sabes que está pasando en la azotea? últimamente desaparecen  bragas.

— no sé nada, ¿qué pasa?

— Que ayer le han desaparecido las bragas del tendal a las niñas del primero. Ha subido Marta a recoger la ropa y las tangas no estaban, en su lugar sólo había pinzas vacías.

— Qué raro, esto nunca ha ocurrido.

La Señora María sin decir nada se acordó  que  encontró a Martín que bajaba de la azotea ayer por la tarde. Subió a casa de Martín y le preguntó:

— Martín, ayer.... ¿Cuándo estuvo en la azotea vio a alguien merodeando por allí?

— ¡No! ¿Por qué?

— Es que han desaparecido del tendal las tangas de las jóvenes del primer piso y como Ud. pasea todos los días por allí quizás haya visto algo.

— No vi a nadie, no sé nada,  Vi que  estaba ropa  tendida secándose pero, yo sólo subo a tomar el sol.

María comenzó a sospechar de dos chicos que viven en el segundo, son dos muchachos de comportamiento extraño, tienen poses amaneradas. Son pareja y pero  son muy educados.

— Qué le parece Martín, ¿Podría haber visto estos chicos ayer tendiendo ropa? ¿Podría ser ellos?

— Podrían ser contestó Martín.- Los observaré, miraré cuando ellos suben a tender ropa a ver que hacen.

Pasado el fin de semana, en los días siguientes volvió a desaparecer más bragas y tangas, incluso  unas de María que  son grande.

El Señor Martín, la portera y María mantuvieron vigilancia durante toda la semana y no vieron a nadie de fuera que visitaran la azotea.

La semana transcurría entre dudas y preguntas de unos a otros, pero allí nadie sabía ni veía nada. 

María un día haciendo limpieza en el cuarto de su hijo de 16 años, pasaba el plumero a la estantería donde su hijo coleccionaba botes de Coca-Cola.  Una lata cayó al suelo y del interior asomaba algo, tiró de ello y descubrió que era una tanga de mujer. Miró el interior de los demás  botes y en cada uno guardaba las bragas  desaparecidas.





















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