El sábado viajaron temprano a Donosti. Fueron juntos a la redacción del periódico. A los pocos segundos apareció un hombre de aspecto caprichoso y barrigón, tenía el cabello cano, el bigote grisáceo y caído y los hombros encorvados, sexagenario, era el Director de rotativa. Salvador se dirigió a él:
—Mi abuelo tuvo buen acierto al nombrar Director a su padre, de tal padre, tal hijo...
—Salvador, tenía muchas ganas de verte y conocer a tu esposa.
—¡Ah, No!, no es mi esposa, es una amiga, la pintora Carmina...
—Encantada de conocerla -le estrecho la mano a modo de saludo -He leído alguna entrevista publicada en la Revista Cultural. -Tomad asiento por favor, estáis en vuestra casa –les dijo. ¿Has venido a preparar el terreno? —Salvador, eres un hombre de una pieza, un diamante en bruto que en se ha pulido como el mejor autodidacta.
—Mi padre también tuvo confianza en Ud. -Se apretaron la mano bromeando.-Sr. Ostaolaza, hacía tiempo que no nos veíamos-
—Bueno, creí que seguiría en el cargo pero, por lo que me dijeron, te vas a jubilar ¿no?
—Si, Salvador, creo que después de cuarenta y cinco años dedicados al periódico me merezco un buen descanso.
—Ya lo creo que te lo merece aunque tengo mis reservas en sustituirte, No estoy al corriente de nada del rotativo pero, si acepto mi cargo como Director, creo que tendré un buen maestro. Y cuento contigo antes de jubilarte para ponerme a cargo de todo.
—Le miró con agradecida satisfacción y suspiró hondo, con alivio. Salvador veía en él el prototipo de una casta de titanes que vivían frugalmente dedicado solo al trabajo.
Pese a los esfuerzos que hicieron para hablar de otra cosa, los recuerdos de Argimiro estaban presentes, ya que los dos lo veneraban.
Después bajaron a la imprenta, donde el estruendo de las máquinas lanzadas a toda velocidad imprimían infinidad de revistas. El concierto ensordecedor de percusiones y batidas mecánicas, el olor a la tinta fresca del papel impregnado, el ir y venir de los obreros, daban aún más prestigio o empaque al periódico.
Les recibió el Jefe de taller. Era un hombre bien parecido, regordete, pálido, con cierto aire de cura, llevaba gafas de montura de acero que ocultaba la mirada azul de predicador. Hablaba con aire solemne, redicho, enfático, de sus descubrimientos como historiador ilustre y viejo, arcaizante antiguo. Tenía una enorme capacidad de fabulación que le ayudó a administrar con habilidad y tiento el manejo de la imprenta. Carmina le escuchaba embobada. Después de visitar los talleres se marcharon.
Aunque el sol estaba presente, la mañana era fría. Paseando, cruzaron el parque en un lugar inolvidable. Los árboles tenían el multicolorido del otoño. Mientras caían las hojas sosegadas de los árboles caminaban sin prisa hacía el centro por la orilla del río. Pasaron un buen rato hablando apasionadamente del color del otoño en la pintura. A Salvador le gustaban más los colores cálidos, blancos, ocres, tierras y arena, a Carmina le gustaba más los colores fríos, azules, violetas y verdes. A Carmina le gustaban más sus cuadros impresionistas, sin embargo a Salvador le gustaban más los realismos, marinas y paisajes.
Carmina cambió pronto de conversación y le preguntó por su abuelo. No sabía que había trabajado en el periódico. Al periodista se le iluminó la cara, enseguida cambió de tema y le contó que su abuelo Antón había sido un buen trabajador en la redacción que se fundó en su época. Le contó que había sido un buen coleccionista de cuadros y libros. Había tenido una buena pinacoteca de más de cien cuadros de pintores de principio de siglo y una biblioteca con más de mil libros, gracias a que había invertido gran parte de sus ahorros en ello.
Recordaba cómo su padre le contaba el dolor que le produjo al abuelo la desaparición de los libros y las pinturas durante la guerra por la explosión de una bomba en su casa. El abuelo había perdido toda su fortuna en aquella desdichada circunstancia. La conversación transcurrió por todas las variantes de su familia, tan desconocida para ella. Una vez llegaron al centro, se despidieron hasta la tarde y quedaron en reunirse una hora antes del partido.
Salvador se acercó a Atocha para recoger las entradas del derby. Carmina fue al encuentro con sus amigas. Habían quedado en el restaurante donde comieron en el menú del día.
Por la tarde, la parte vieja y centro de Donosti estaba tomada por seguidores e hinchas del equipo de la Real, vestidos de azul y blanco. Los hinchas del Athletic de rojo y blanco. Carmina y Salvador se encontraron en el mismo punto donde se habían despedido. A las seis y media.
Caminaron juntos entre los hinchas hasta el campo de fútbol. La gente, se arremolinaba en torno de las entradas del campo de Atocha. Se agarraron de la mano para no perderse entre el gentío.
Entraron en el recinto mientras las gradas se iba llenando de la colorida multitud. La Real Sociedad estaba entre los primeros en la liga española con sus regulares victorias. A las siete menos cinco, los jugadores salieron al campo. Los jugadores de los dos equipos se componían una mezcla de deportistas vascos y algún extranjero, el resto de jugadores eran de la cantera. Las gradas abarrotadas de hinchas de los dos equipos aplaudían a sus jugadores. Comenzó el partido a las siete en punto.
Hinchas de los dos equipos. |
Los seguidores de la Real observaban a los jugadores las increíbles jugadas que hacía el equipo, capaz de derrotar al invencible Athletic. Salvador estaba encantado. No se perdía ningún derby y seguía a su equipo por la televisión. Las gradas del campo de Atocha estallaron al marcar Bittor Alkiza otro gol. Jugaba con un estilo arrollador y portentosas condiciones. Era impresionante verle avanzar sorteando a las defensas enemigas con una combinación de valor, inteligencia y gallardía. Era un atleta completo. Conducía el balón con rapidez y agilidad Carmina saltaba de júbilo para calentarse. Salvador la abrazaba. Los hinchas contenían la respiración con sus remates de cabeza y aplaudieron enfervorecidos cuando metió otro gol. Ganó la Real.
Cuando el partido terminó ya había anochecido. La noche era radiante, llena de estrellas, con una
luna en cuarto creciente. Soplaba una fina brisa fría que venía del mar.
Salieron juntos agarrados de la mano caminaron entre la multitud por la orilla
del río. El paseo poco a poco se llenaba de luces de los faros de los coches,
las farolas iluminaban los árboles. En el agua de la ria se reflejaban las luces. La
multitud cruzaba el puente convirtiéndolo en el mejor escenario para ver el
desfile de comparsas de gentes vestidas de azul y blanco. Los seguidores y rojo
y blanco. Los realistas celebraban la victoria de su equipo, todos en armonía.
La pareja contemplaba el espectáculo a hurtadillas, ya desde las ventanillas del
vehículo.
Foto otoñal a orillas del Urumea. |
Continuará...
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