El avión elevando el vuelo. |
El teléfono sonó en casa de Carmina:
—¡Sí! dígame- al otro lado del aparato una voz desconocida para Carmina.
—¿Eres Carmina?
—Sí ¿Quién eres?
—Soy la señora de Rabie, te llamo para darte las gracias por el retrato. Ha sido un buen regalo, como me dijiste, está muy logrado, se parece mucho, me ha encantado, lo hemos colocado en un lugar preferente de la casa. Yo también le regalé a mi esposo un viaje y salimos mañana mismo.
—¡Me alegro! Que tengáis un buen viaje.
—Bueno, Carmina espero pasarlo bien.
—Carmina se quedó extrañada de que Salvador no le dijera nada. Quizá necesite este viaje para poder reflexionar y tener los sentimientos claros, quizás esta separación nos sirva para poder acostumbrarnos a distanciarnos más.
El estrépito de los motores se transformó en un estruendo atronador en el instante en el que el avión emprendió el despegue. En unos pocos segundos la niebla invadió el campo de visión de las ventanillas. El silencio acompañado solamente por el monocorde zumbido de los motores de la aeronave contrastaba con el bullicio de voces y prisas que precedían unos momentos antes en el aeropuerto.
Salvador y Charo ojeaban unos periódicos cuando una sonriente azafata les preguntó si todo marchaba bien a lo que asintieron agradecidos. Al cabo de un rato el periodista cerró el diario, reposó la nuca en el asiento y cerro los ojos. Su cerebro se pobló de imágenes desasosegante.
Había emprendido un viaje de vacaciones a Canarias en pleno mes de noviembre con su esposa con la que desde hace años no sólo no mantenía relaciones intimas sino que, con frecuencia recibía de ésta reproches por sus escasas muestras de cariño hacia ella y, a decir verdad le extrañaba que no adoptara posturas más contundentes ante su desidia. Quizás esa mujer fuera capaz de todo con tal de impedir una ruptura entre ambos. El periodista reconoció con amargura que no la odiaba, ni mucho menos, pero tampoco la deseaba razón por la que su vida de pareja transcurría lánguida, insípida sin ese condimento esencial de la vida compartida.
Desde el avión una de las islas. |
— Mira el cielo está despejado y se ve el mar -le anunció Charo.
Salvador contempló unos instantes el inmenso mar, miró a su mujer y en un tono de voz que pretende transmitir dulzura, le respondió:
—Es impresionante ¿no te parece?
El avión había aterrizado momentos antes y ahora se deslizaba perezosamente hacia la pista que le había asignado la torre de control. El cielo azul, limpio, radiante, obsequió a los pasajeros, que descendían lentamente del avión, con una agradable temperatura. Los viajeros se distribuyeron en diferentes coches y furgonetas con los emblemas de las compañías correspondientes para emprender la marcha hacia sus respectivos hoteles.
El viaje hasta la zona demandada Playa del Inglés resultó largo y monótono a través de la autovía atestada de vehículos que impedían una circulación fluida. Después de un vuelo de casi tres horas hasta las salas lo que apetece a todo viajero es dejar el equipaje en el hotel, tomar un aperitivo y relajarse en la playa. Salvador y Charo no constituían una excepción.
Colocaron las escasas prendas que habían sacado de las maletas en unas perchas de plástico coloreadas y cerraron el armario. La habitación de paredes azuladas disponía de las comodidades y el utillaje propio de un hotel costero de tres estrellas. Salvador suspiró aliviado cuando observó que carecía de cama matrimonial y su lugar lo ocupaban dos lechos separados. Consideró que esa ligera distancia entre las camas supondría una alianza más que evitara cualquier inicio de juego erótico por parte de ella.
Habitación del hotel. |
Vistieron los bañadores y bajaron al bar del mismo hotel. A pesar que el reloj marcaba las primeras horas de la tarde sustituyeron el almuerzo, por sendos emparedados de jamón y queso, acompañados por dos copas de vino de crianza.
La playa de arena fina, blanquísima, cuya orilla recibía la espuma de un mar embravecido, se hallaba a escasos metros del hotel desde cuya habitación salvador y Charo disponían de su privilegiado panorama.
Ocuparon dos tumbonas entre gentes que cubrían sus cuerpos masculinos con diminutos slip de baño o tangas cuyos minúsculos triángulos atestiguaban la impecable depilación púbica de sus usuarias.
Mientras los rayos del sol acariciaban sus pieles, el periodista hizo que su imaginación volara hacía Carmina ¿Dónde estará ahora mismo? ¿En qué estará ocupada? La quería a su lado. La hubiera besado allí mismo. Le hubiera acariciado el canalillo de sus senos, mostrando sus senos desnudos. Qué bonito habría de ser pasear con ella, cenar en un lugar íntimo, bañarse juntos y cuando llegara la noche sentir la humedad de su rosa en los dedos o en los labios.
De pronto, fue consciente de que su pene se rebelaba, formando un significativo y delator premonitorio en el bañador. Se giró rápidamente dándole la espalda a Charo a fin de que ésta no descubriera la inoportunidad de la supuesta impotencia.
—¿Qué te pasa? – se extrañó su mujer-
—No, nada. He notado un calambre en la espalda y prefiero cambiar de postura -fingió Salvador.
El bronco rumor de las olas contrastaba con la suave mecedura de las ramas de las palmeras cuya hilera adornaba la entrada a la playa.
Playa del Ingles en Gran Canaria. |
Después de pasar la tarde en la playa regresaron al hotel, se informaron de las distintas actividades que realizan en el mismo, subieron a la habitación, tomaron una ducha y se vistieron para ir a cenar. Un largo paseo les llevó hasta el puerto. Cenaron al aire libre en la terraza de un restaurante bajo un toldo azul. La cena se componía de pescados y productos típicos de la zona. Soplaba una suave brisa que les invitaba a regresar dando un paseo y contemplar el crepúsculo y los barcos que estaban anclados en el puerto. Se sentían cansados del paseo y del viaje. Volvieron al hotel.
Subieron a la habitación. Charo ya cansada, se metió en la cama. Salvador se quedó sentado en la terraza fumando un cigarrillo, cuando entró en la habitación su mujer dormía plácidamente con profunda y monótona respiración. Salvador se desnudó y se metió en la cama de al lado. Miró el rostro de su mujer y advirtió las grandes diferencias que existían entre Carmina y Charo, Aquellas eran más profundas, más interesantes y atractivas. El rostro de su mujer, en el que antes no le costaba ningún esfuerzo imaginar, fue paulatinamente perdiendo todo su interés, hasta volverse completamente inexpresivo para él. El atractivo que hasta entonces tuvieran momentos de emoción, de amor y de ternura, se iban reduciendo ante sus ojos, desaparecían ante la imaginación de Salvador y ceder el puesto al rostro de Carmina.
Y aquella noche en la cama con el corazón invadido por los deseos, mecido por su ardiente fantasía vivía el emocionante recuerdo. Reconstituía en su memoria hasta los más pequeños detalles; se recreaba en el primer beso dado a Carmina. Veía cada uno de sus gestos, oía todas las palabras susurradas por sus extenuados labios. Se tocaba su boca buscando en los finos labios el sabor de aquel beso que le producía la sensación de que su boca hubiese tocado una flor aterciopelada o la perfumada carne viva de sus labios.
Su fina boca sensual le producía en el momento que la veía unas ganas de darle un beso prohibitivo, sintieron de la misma forma sus labios rozándole los suyos. Y cerró los ojos e intentó imaginarse lo que podría hacer allí con Carmina si estuviera a su lado se acercaría a su dulce cuerpo sintiendo el calor y el olor que desprendería. Con cierto cansancio dichoso, pues su imaginación acababa de hacerle recorrer caminos infinitos.
No logró conciliar el sueño durante toda la noche hasta la madrugada. A media mañana le sacó de su ensueño el sonido de un saxofón que sonaba bajo la ventana del hotel. Sonaba tan suavemente aquel instrumento, que se mezclaban la melodía entonada. Con el baile de los besos sensuales que le sabían a fresa y que recibía de Carmina en su sueño. Volvió a cerrar los ojos y bajo sus párpados el rostro de Carmina se le apareció envuelto en una luz milagrosa, clara en el momento que abandona su boca reclinando ligeramente la cabeza. Y en sus brazos sentía el ligero peso de sus senos cuando la apretaba suavemente contra su cuerpo.
Estos recuerdos le estremecieron, y al despertarse, sintió como todo se había evaporado de su alma.
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario