El sol brillante se tapaba con algo de niebla en madrugada. Se auguraba a que el día resultara excelente para la excursión que Salvador y Charo se disponían a hacer en barco. Iban a visitar la isla de la Gomera. Desde la borda de la embarcación despedían a la gente en la salida del puerto y poco a poco iban dejando atrás la isla de Tenerife.
En la cubierta soplaba una suave brisa marina procedente del Atlántico. En la parte oeste del barco se divisaba el horizonte sin más que el inmenso mar y un poco de neblina, dejando atrás el puerto y las playas que en la lejanía se divisaban pequeños arenales.
Salvador se asomaba por la borda, contemplando la sinuosa espuma blanca que producía la proa del barco mientras que Charo prefirió el descanso en el interior de la embarcación. Salvador sentía el corazón sofocado por una especie de melancolía. Miraba meditabundo las olas surcadas por la popa y se acordaba de Carmina. Contempló sobre el mar azulado, en el espejo del agua que ardía en la luz del sol la imagen de su amada con la cabellera suelta y su cuerpo dorado corriendo en la playa aquella mañana de octubre cuando estuvieron juntos. Oyó los blancos aletazo de una gaviota, mientras buscaba en los más íntimos registros de la memoria los más minúsculos recuerdos de la noche que pasaron juntos. Cruzaron en su mente centenares de recuerdos desde el momento que conoció a Carmina hasta el tiempo transcurrido desde aquella fecha. La rosada estela del sol se ha hundido definitivamente en el horizonte quebrado de las montañas, le trajo el recuerdo de aquella tarde.
La larga avenida trazada en la oscura silueta del atardecer otoñal alberga el apresurado paso de los escasos viandantes. Siempre me ha parecido que la gente caminaba más deprisa en la oscuridad, como si desconfiara de la ausencia de la compañía amiga de la propia sombra, o acaso, porque se apresuran a encontrar algún espacio luminoso que refuerce el contraste de la tenebrosidad de sus propios espíritus.
La larga cartola del camión forma una línea convergente con la pared metálica de un garaje de reparaciones de automóviles. Al fondo, hay un hueco de visión imperceptible para quien no sienta la inútil curiosidad de indagar en semejante ámbito. Ahí, precisamente ahí donde las gruesas parejas de neumáticos dividen drásticamente el espacio público con sus reprimidos deseos de los escasos metros cuadrados de encendida efusividad, Carmina y Salvador se funden en un abrazo sin distensión, precavido, vigilante de los espacios abiertos. Sus labios se funden y se separan a los son de los pasos y murmullos o breves espacios de quietud al lado opuesto de la acera. Las escasas palabras que se dirigen los novios son apenas susurros de amor y pasión. Salvador tienta los pechos de su amada sin excesiva presión, casi como una caricia temblorosa de quien sabe que en cualquier momento tendrá que apartar sus brazos de ella. La oscuridad del atardecer otoñal penetra con intensidad del improvisado refugio de los amantes.
—Te quiero... te quiero... Cronometro y gente en indisponibilidad del mutuo cariño.
— Carmina ¿has estado en la playa?
—¡Sí!
— ¿Qué bikini te has puesto? ¡Enséñamelo...!
— Tú estás loco..., ¿Aquí?
—Sí, cariño, hazlo... –La pintora se desabrochó la cintura del su pantalón vaquero. El periodista le acarició el pubis, por debajo de la fina tela de la braga playera.
—Ya basta, ya basta, Salva... suenan voces y pasos al otro lado de la cartola del camión.
—Sí es tarde, te quiero Carmina...
Ahora, Salvador se sentía invadido por un cansancio dulce y feliz. Sentía su cuerpo ingrávido en aquella fresca mañana. Durante todo el trayecto permaneció en la proa de la barca agarrado a la barandilla con los ojos entornados mirando el mar. El viento soplaba con más fuerza. Se dio cuenta que ya llegaba a la isla de la Gomera. El paisaje escarpado de la montaña, el punto más alto de la isla. Se divisan.
Una voz en el altavoz de la embarcación les avisa que están a punto de atracar en el Puerto de San Sebastián de la Gomera:
San Sebastián de la Gomera y al fondo las montañas. |
Se encuentran con la guía que les va acompañar durante el recorrido.
Bienvenidos a la isla de la Gomera, la isla tiene un contorno de 373 kilómetros cuadrados de superficie y menos de treinta Km de diámetro. La Gomera se diferencia de las restantes islas del archipiélago por no haber conocido erupciones volcánicas durante todo un periodo Cuaternario.
Destaca su meseta central, cuyo punto más elevado el Alto de Garajonay de 1.481 metros. De este vértice se descuelgan una variada panoplia de barrancos a modo de hachazos de cíclopes, muy característicos de un paisaje en el que la erosión de las aguas ha sido el único elemento capaz de vencer las duras rocas basálticas. Estos barrancos se abren al mar en solitarios y angostas calas escondidas.
Zona boscosa de Alto de Garajonay. |
Cuenta la leyenda que Gara ( una princesa de la mitología indígena gomera) y Jonay (un joven guanche llegado a caballo de una nube desde Tenerife) se enamoraron cierto día a pesar de la oposición de las tribus aborígenes de la isla. Tuvieron que huir hasta lo más elevado del interior de la Gomera, donde decidieron sacrificarse juntos atravesando una misma vara de brezo sus corazones... De su sangre brotó unos de los parques nacionales más bellos de nuestra geografía. Tendrán el gusto de ver en la excursión que vamos a realizar.
Salvador y Charo bajaron del barco acompañados de los demás excursionistas dispuestos a pasar un día entrañable.
Vallehermoso pueblo de la Gomera y montañas. |
Al día siguiente las vacaciones llegaron a su fin. Prepararon las maletas para la vuelta a Bilbao y descansaron de la excursión a la Gomera que había sido muy intensa. Se levantaron temprano y Salvador fumando un cigarro contempló por última vez el Teide desde la terraza del hotel.
Regreso a Bilbao
Vistas del Teide desde el balcón del hotel. |
Después de casi tres horas de viaje, Bilbao aparecía bajo el avión, bañado por el sol de mediodía Un sin fin de numerosas e increíbles torres, tejados y chimeneas de fábricas se perfilaron bajo el cielo con sus contornos dorados, plateados y los humos de las fábricas negros de hollín. Salvador estaba sentado en el lado de la ventana, se despertó sobresaltado y miró a través de la ventanilla, le agobiaba la visión de la ciudad bajo las alas del avión, cuando una azafata avisó que se pusieran los cinturones pues habían de tomar tierra en unos minutos. El sueño se había apoderado de él esa mañana. Sentado allí, con la nuca rígida y dolorida, acababa de despertarse a consecuencia de una brusca sacudida del avión. Acababa de soñar que viajaba a su ciudad natal e iba a presentar a Carmina a su padre por primera vez. Su padre no podía salir, por alguna razón que no quedaba claro en el sueño. Este se enredaba con un viejo profesor de latín que había envejecido mucho, tenía un largo bigote blanco. Al mirar por la ventanilla aquél confuso sueño rondaba aún por la cabeza de Salvador. Poco a poco volvía a la realidad al mirar a Charo sentada allí a su lado, adormecida por el trayecto. Debió haber chocado varias veces con su hombro. En aquella ocasión tuvo la suave sensación de que acariciaba el hombro de Carmina.
Bajada del avión en la terminal de Bilbao. |
El avión tomó tierra en la pista del aeropuerto. Llegaron al recinto de la terminal y esperaron mientras descargaba las maletas y paquetes en la cinta transportadora. Salvador se había detenido en el rellano de las escaleras sin mezclarse con los demás pasajeros. Veía continuamente, en destellos de su imaginación, a Carmina, vestida con aquel trajecito azul que llevaba la última vez que soñó con ella al acompañarle en su viaje para visitar a su padre. Al mismo tiempo se sintió invadido por el aire frío que soplaba mientras bajaba las escalerillas del avión y ver que Charo bajaba delante de él. Ambas corrientes de pensamientos se confundía extrañamente en la cabeza.
Fueron a recoger sus equipajes a la cinta transportadora donde al final les esperaban unos oficiales que se disponían sin demora a pasar por el escáner a registrar los equipajes. Un oficial de enorme estatura examinó primero la maleta y el bolso de Charo, hundió su mano en el bolso y sacó unos paquetes de perfume carísimo que se había comprado en la isla a un precio más barato. El oficial miró para el otro lado y no preguntó nada de lo que podían declarar. El oficial le dirigió una pequeña sonrisa y volvió a meter los paquetes en el bolso. Hubo maletas que ni siquiera abrió, solo las palpó. Al pasar la maleta de Salvador, no la registró tan siquiera. El periodista se alegró porque, si lo hubieran registrado, habrían descubierto la joya que le había comprado a Carmina y la guardaba en el fondo de la maleta sin que lo supiera Charo. Sin saber porque tenía el presentimiento de que todo sucedería de este modo.
Ya era más del mediodía cuando montaron en un taxi.
Al adentrarse en la ciudad los coches se apiñaban en un atasco monumental. Desde la ventana del coche divisaban las calles por las cuales desfilaban las gentes y la ciudad ofrecía el aspecto de una curiosa mezcla de individuos de todas las clases sociales que reposaba en los parques y jardines sin transición alguna. Se veían calles elegantes, con centenares de escaparates de estilo vanguardista al mismo tiempo que pasaban por algunos lugares donde se construía algún que otro edificio. Llegaron por fin a la estación de Atxuri. Salvador se alejó de Charo con la excusa de comprar tabaco para poder llamar a Carmina a la que le dejaba el mensaje de que ya se encontraba en Bilbao.
Continuará...
Con tu estupenda descripción de la Gomera en este capítulo, me has hecho recordar mi viaje a esa exótica isla que todavía atrae a miles de turistas al año.
ResponderEliminarNo me gustaría estar en la piel de Charo, ¿Es posible que ella no se haya dado cuenta de que su marido ha cambiado? Presencialmente está a su lado, pero su corazón viaja a los brazos de Carmina, me imagino que llegará el momento en que se sincere con su mujer y acabe con la doble vida que lleva.
Cariños.
Kasioles
Poco a poco se irá la historia aclarando. Gracias por tu visita Kasioles. Un abrazo.
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