viernes, 1 de septiembre de 2017

Relato " La exposición de Basilio"



La afluencia de la gente para las dimensiones de la sala de exposición de obras pictóricas es reducida. Del rectángulo que conforma las paredes cuelgan cuadros de carácter monotemático. Paisajes otoñales se tiñen en contadas ocasiones con la policromía y luz de la exuberancia estival. Centenarios puentes que conducen al bucólico sosiego rural, húmedas alamedas flanqueadas por hileras de hayas, un viejo puerto de aguas mansas y oscuras permiten intuir el aceptable talento artístico de Basilio, un hombre de estatura media, calvo sin expresiones emocionales a quien se le supone en la inauguración de la exposición. No obstante está al tanto de los que se acercan a la sala y ni siquiera duda en escanciar un vino de cosechero  en lamentables vasos de plástico a visitantes desconocidos.

Una elemental atención a los gestos y movimientos de la concurrencia permite clasificar a los asistentes en diferentes tipos: los amantes de la pintura y conocedores de sus técnicas apenas se mueven. Como si colocados en ángulos simétricos, abarcaran de un vistazo el estilo siempre igual, que genera diversas formas en los lienzos. El segundo grupo está formado por curiosos o por quienes no pueden eludir algún compromiso. Observan el arte con indiferencia, están más atentos a los canapés de la mesa y hablan mucho con los presentes, pero sin referirse algunas a las exquisiteces artísticas.

La penúltima clase de asistentes la conforma los seudos intelectuales, es decir, aquellos que pretenden rellenar sus carencias imaginativas y técnicas, con fingidas poses de entendidos o diestros en tales materias. Su compostura les lleva a colocarse frente a los cuadros con ceño fruncido y expresión interesada, pero les delata el rabillo del ojo más atento a sí la gente les mira y al significado de esa mirada. Por último están los enamorados, pero de esta especie hablaremos más adelante.

 Observo a Basilio. Una chica joven de rostro ovalado está frente a él. Apenas cruzan unas buenas frases entre sí. La fresca sonrisa de la muchacha, sin duda una componente más del gremio de artistas, contrasta con el ademán taciturno del pintor cuyas aviesas y disimuladas miradas a la concurrencia busca hallar un tono de voz elogioso o alguna especial dedicación a cualquiera de los lienzos que pudiera traducirse en la inmediata compra de un cuadro.

Apenas he saludado a Carmina, cuando se me planta adelante un viejo conocido, muy amigo de mi familia a quien no se me hubiera ocurrido imaginarle presente en el acto.
Un breve y educado intercambio de palabras protocolarias, me permite ahuyentar el importuno en cuestión y continuar con la pintora el recorrido, cuadro a cuadro, a lo largo de la sala.

Carmina con la cabellera recogida en una coleta y ataviada con pantalones y chaqueta en tonos oscuros, me introdujo con sus comentarios aleccionadores en el intríngulis de la sabiduría artística.

-¡Salvador! mira ese precioso contraste de luces... ¡Qué logrado está el reflejo de los árboles en el suelo empapado por la lluvia...! Qué perfección cromática en el ocaso del sol...!

 Mi mirada se dirige con inusitada rapidez de los cuadros a su rostro y de su figura a los lienzos. Me gusta el arte en cualquiera de sus expresiones, pero me agrada más la compañía de esta mujer. Su cara de piel brillante me regala una sonrisa juraría que si intuición femenina está leyendo mis pensamientos hasta con lectura deletreada. Intento esforzarme por apartar de mi mente cualquier idea que no me relacione con la pintura. No puedo. Me resulta imposible. La contemplo una vez más y la encuentro arte en estado puro. La belleza de un cuadro, arte relativo, se capta por medio de las fibras de muestra personalidad sensible, pero para el amor que transforma a la persona querida en la  quintaesencia del más bello colorido y de los trazos más perfectos es necesario algo más. Es menester la locura, el alejamiento de la realidad y fantasía, entre ficción y verdad. Sólo así somos capaces de sumergirnos en lo más divino. Que se le ha permitido experimentar al ser humano, el amor ciego y total, Es evidente que pertenezco a la categoría de los que se acercan a la sala de exposiciones motivado por el enamoramiento. El arte es Carmina, los lienzos simples emanaciones suyas.

Poco a poco, los sonidos ambientales, los comentarios de la gente, las entradas y salidas de las personas, las luces, se transforman en algo lejano, extraño, que percibo vagamente en una confusa conciencia marginal. Sólo me importa ella, sólo me interesa Carmina. Mi atención se reduce a un cono de luz de las representaciones circenses a su pura presencia y a la variada gama de sensaciones que experimento en su compañía. Siento que la pasión crepita en mi encendido corazón. Rozo su costado con dedos trémulos.

 -¿Qué te parece este cuadro, Salvador? Interrumpe la pintora mi emotivo ensueño.

-¡ah!¡Eh!, Muy bonito, muy bonito- apenas he acertado a balbucear. Contemplo su rostro, admiro la figura de esa mujer donde ya todo es silencio a pesar del ruido, donde a pesar de las luces no hay más claridad que su sonrisa, donde en medio de la gente permanezco a solas con ella.



Capítulo suelto que no he metido en la novela Arrugas en la sábanas.


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