Era una noche de invierno muy fría, en la
que el viento gélido lo alborotaba todo. Cuando las ráfagas de aire
destruían sin piedad parte de los tejados, nació en una humilde casa una niña
muy especial.
El trabajo del padre aportaba un sueldo
tan escaso que las dificultades para sobrevivir eran máximas. No se sabe, si
por la desconsideración de la naturaleza o la causa de las susodichas precariedades económicas, los pechos de su madre no le proporcionaban el alimento necesario,
por lo que fue nutrida con leche de burra. Todos los vecinos de la
calle querían mucho a esa niña, que crecía muy sana
y bonita.
En más de una ocasión que la madre se
ausentaba para acudir a lavar la ropa al lavadero, la dejaba sola en
casa. También ese día el viento soplaba con mucha fuerza. Pues bien, ocurrió
que una mujer, que vivía en la casa de al lado. Se rumoreaba que debía de estar
loca, comenzó a arrojar por una ventanita que daba al patio, el carbón que
almacenaban para calentar la casa. La niña atónita, le recriminó.
— ¡Loca, no tires el carbón…! -La mujer
sin cesar de echar el carbón, le replicó,
—Lo hago para que te calientes, para que
no pases frío este invierno.
Ese mismo día, un indigente se presentó en
la puerta de su casa, la niña le abrió y le preguntó con las reservas propias
de la edad:
— ¿Qué desea Ud.?
El mendigo con un hilo de voz ronca le
suplicó,
—Tengo mucho frío, hambre y sed, ¿podrías
darme algo para comer?
La niña sin pensárselo más, le obsequió
con un mendrugo de pan, un trozo de queso y un vaso de agua fresca, incluso,
aprovecho el carbón diseminado por el patio para extender la ayuda al pobre
hombre.
—Pasa buen hombre, encendamos una
hoguera.
Al calor de la fogata, el mendigo le narró
la siguiente historia:
Los animalitos en el patio |
En un cortijo muy cercano de aquí, vivía
el guardián y capataz en una humilde casa con su mujer y sus cuatro hijos, dos
varones que le ayudaban en las tarea del campo y dos hijas que acompañaban a su
madre en las tareas de la casa.
La más joven de ellas María, todas las
mañanas tenía la tarea de acercarse a un pozo, bastante alejado de la casa,
para proveer de agua a la familia. Se montaba en su burrita, tarareando una
melodía muy agradable. Al pasar por el patio del cortijo llamaba a su gato:
— ¡Sirocu!, acompáñame a recoger el agua.
El gato nada más escuchar la invitación, le seguía con notables señales alegría
que contagiaba al perro.
— ¡Kea ven! vamos a ir a por agua,- el can
le seguía, moviendo la cola al son de la melodía de la niña.
Al cruzar por el gallinero, Kiriki el
gallo, contagiado por la alegría de los paseantes, anunciaba a las gallinas, a
los polluelos y a los pavos que les acompañaban al son de la melodía.
Al pasar cerca de la pocilga, el cerdito
embelesado por la canción, se unía a la comitiva, hacía la continuada entonando
la melodía sin descanso, poco a poco todos los animalitos de la granja le
seguían.
Al lado del puente iba a por agua |
Una mañana en la que al igual que todos
los días, iba María a por agua seguida por toda la comitiva de animalitos, le
ocurrió algo insólito, se le hizo tarde en su camino de regreso a casa.
Se entretuvo extrañada de que los
animalitos se desviaron del camino. Algo extraño habían olfateado. Ocurrido que
me encontraron a mí, exhausto, sin fuerzas para proseguir mi rumbo, la niña se
me acercó:
— ¿Qué le sucede señor….?
Con un hilo de voz le supliqué que me
diera un poco de agua. María me acercó a los labios su cantimplora. A
continuación, hizo gala de una inexplicable fortaleza para una niña de su edad
para encaramarme en su borrico y emprendió el camino hacia su casa.
Los padres de la niña me proporcionaron
todos los cuidados y necesidades en esos momentos de presencia: cobijo,
alimento y cariño. Cuando me hube recuperado, comencé a llorar de
agradecimiento hacia esas humildes gentes.
La casa humilde donde vivían |
La más gruesa de mis lágrimas resbaló
desde mis mejillas hacia el suelo modestamente recubierto de madera carcomida.
Entonces se produjo el prodigio, la carcomida madera se transformó en mármol
policromado, más precioso que el de Carrara, las desvencijadas paredes se cubrieron de tapices bordados en hilo de oro, más regios que los de Damasco y
las bombillas encendidas que prospectaban desde el techo una mortecina luz
amarillenta fueron sustituidas por lámparas de araña y cristales de Roca que
hubiesen provocado la envidia de la nobleza de Versalles. Mesas de cedro de
Líbano, repletas de manjares opulentos sustituyeron a los escasos refrigerios
que portaban en los manteles de plástico agujereados.
María, atónita y pálida debido a la
emoción, buscaba con una diadema de oro en la frente al menesteroso halo
encantado. Solamente reparó en el diminuto círculo de humedad que absorbía
lentamente en una de las alfombras. Se trababa del último resto de la lágrima.
842 palabras.
Castillo de los Arcos |
P.d. este cuento lo escribí para la revista de Feria de Olivenza.
Código de registro: 0910234740552
Mamen: Bonito cuento, que al parecer tiene relación con las vivencias entorno al Castillo de los Arcos
ResponderEliminarhttps://noledigasamimadrequeestoyhaciendofoto.blogspot.com/2019/05/castillo-de-los-arcos-entre-almendral-y.html
Un cordial saludo
Si tiene que ver con la gente que vivió en aquel lugar. Mi abuelo en tiempos de la guerra era capataz y mi madre me contaba que ella era muy feliz con sus animalitos que la acompañaban a por agua. Y eso y una vivencia mía de niña me salió este cuento. Un abrazo.
EliminarMamen me a encantado el cuento! pero lo mejor es que me recuerda vivencias de mi madre y mi tía, por que ellas de niñas trabajaron para los señores de ese castillo. Te e descubierto por un comentario tuyo en un blog que ablaban sobre el, ya que buscaba información. Por que este año llevo a mi madre y mi tía a ver su tierra y este lugar no puede faltar mi madre ya tiene 81 años, me hace mucha ilusión por que se que lo van a disfrutar.
ResponderEliminarNo sabia hasta hoy que me habías escrito. También yo cuando me enteré el lugar fui a verlo. Ya que mi madre me contaba que ella vivió en un cortijo muy grande y no en un castillo. Un abrazo.
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