Mi flor preferida pintada por mí |
¿Queréis creerme que he
vacilado a lo largo de tres años, antes de decidirme a redactar las líneas que siguen a
continuación? Sí, así ha sido, y el motivo tiene mucho que ver con mi
idealización de los textos literarios ya que, en su inmensa mayoría, tanto en
lo referente a la presentación de la trama así como en su nudo y desenlace se
mueven en torno a los denominados actos humanos, esto es, presentan y analizan
sucesos entretejidos de valentía o cobardía, de lealtades o traiciones, de amor
u odio, de magnanimidades o bajezas espirituales pero, rara vez, se entrometen
dichos textos en lo que designaríamos como actos del hombre (entendido el vocablo
como término genérico), o sea, lo referente a procesos respiratorios,
digestivos, excretorios, etc. Precisamente en este apartado debe hallarse la
razón de mis titubeos a la hora de escribir acerca de una imperiosa necesidad
fisiológica que, en su momento, me provocó hilaridad en el contexto objetivo y
no poco bochorno en lo subjetivo.
Tal y como he insinuado en
la cabecera de este escrito, corría la primavera del año 2010 cuando desde el
neblinoso aquilón me acerqué a la calidez de estas tierras de las que presumo
ser oriunda.
Todo comenzó un despejado
primero de mayo del citado año, cuando comencé la ascensión a la sierra de Alor
en busca de mi flor preferida. La caminata por los senderos de montaña no me
resultaba, al menos en principio, nada penosa pues el sol ni siquiera había
alcanzado el cenit del mediodía.
Proseguía mi alegre ascenso,
disparando mí máquina de fotos al igual que una consumada nipona que ejerciera
el excursionismo no importa por qué parajes, cuando comencé a advertir ciertas
molestias provenientes de mi fisiología. Me estaban entrando unas perentorias
ganas de mear, de modo tal, que se acrecentaban éstas en parecida proporción a
mi preocupación por hallar un lugar, suficientemente discreto, donde vaciar mi
vejiga. Apreté el paso mientras ascendía hacia la cima, poblada ya de
excursionistas a los que saludaba con la más festiva de mis sonrisas mientras,
en mi cuerpo, arreciaba la corredura de entrañas, un in crescendo quebrarse de
riñones. Me apretaba sobre mí misma en un vano intento por ofrecer el menor
espacio posible al reflejo renal. Me sentaba sobre las piedras con las piernas
fuertemente cruzadas. ! !Todo resultaba inútil!
Sentada en unas piedras en la cima |
A punto de ascender a la
torre que preside la sierra, enfilé un sendero solitario que desembocaba en una
espesura de arbustos, separando las ramas a manotazos hasta que descubrí a una
joven pareja en pleno esfuerzo procreador. Retrocedí violentamente ante la
visión de la muchacha que, totalmente ajena a mi presencia, con sus ojos en
blanco y en posición supina, producía un ritmo acompasado al de las nalgas de
su compañero.
Ya no podía más. Inundada en
frío sudor y con tiritonas que tremaban mi dentadura, me agaché en un rincón de
la parte posterior de la torre y comencé a experimentar uno de los placeres más
selectos que me había ofrecido la vida hasta ese instante en el que comencé a
escuchar voces provenientes de una vereda, trazada a unos pocos metros por
debajo de la línea longitudinal de la torre.
—!Ostias, está lloviendo...!,- se
lamentaba una voz.
—!Cómo va a llover, capullo,
si no hay ni una sola nube...!,-corregía la sensatez de otra.
—!Eh, tíos, es lluvia
dorada...!,- chanceaba una tercera voz.
Pedí, más bien exigí, que me
tragara la tierra cuando un miembro del grupo de ciclistas a los que, desde un
canalillo, a modo de gárgola natural, habían recibido mis humores corporales,
—Atronó: !Que se asome esa meona...!
Me agaché todo lo que pude,
hundí la cabeza en el pecho y me tapé los oídos en los que, a pesar de mis
esfuerzos, no dejaban de introducirse remanentes de bromas pesadas amen de
expresiones de dudoso deleite.
En fin, de la experiencia
que acabo de narrar extraje una conclusión que he conformado como pensamiento
de extraordinaria profundidad, esto es, que la felicidad consiste en la
satisfacción de las necesidades fisiológicas... pero !ojo!...en plena soledad.
679 palabras
Muestra de susodicho Orinoco y el agujerito |
Relato escrito para la revista de Feria y fiestas de Olivenza en el 2013.
Actualmente he reducido el relato a 250 palabras para el concurso: De mi buen humor en Escribiendo que es Gerundio.
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