lunes, 14 de enero de 2019

Reseña de la película Big Eyes y la Historia de la vida de la Pintora Margaret Keane

El viernes  fui a ver esta película que entra en el programa de Cine forum  de la Asociación Pagatxa.  Os pongo información de la película  y os la recomiendo.


Cuenta la  vida de Margaret Keane  artista  pintora y esta basada en hechos  reales 

A principios de los años 60 Walter Keane era uno de los artistas más famosos de Estados Unidos, gracias a los retratos que pintaba: niños, mujeres y animales con unos enormes ojos llenos de tristeza.

La película Big Eyes, de Tim Burton, que se estrena el día de Navidad, con Cristoph Waltz y Amy Adams en los papeles protagonistas, vuelve a contar la alucinante historia de este matrimonio y es también el reencuentro definitivo de Hollywood con los Keane. Burton lleva décadas coleccionando keanes y ha explicado en muchas ocasiones que creció rodeado de ellos. “Eran nuestra idea del arte, para gente que nunca había entrado en un museo”, contó al Wall Street Journal. En la California de finales de los años 50 y principios de los 60, en la que se crió Burton, para las clases medias y populares el arte era sinónimo de esos cuadros de niños con ojos implorantes.                      
Pero volviendo a Big Eyes, el hecho de que el guión fuera escrito por Scott Alexander y Larry Karaszewski, los mismos guionistas de Ed Wood, una de las mejores películas de Burton, era suficiente para subir las expectativas de cualquiera. Lamentablemente, el producto final pareció carecer de enfoque, intentando convertir una historia con gran potencial dramático en una extraña farsa cómica en que Amy Adams parecía no encajar por más que lo intentaba.            
                                                      Trailer 
                                   

La película se centra en la historia real de Margaret Keane (interpretada por Adams), una talentosa pintora cuyo esposo Michael (interpretado por Christopher Waltz) roba el crédito por sus pinturas de melancólicos niños con grandes ojos y construye un lucrativo negocio en base a la venta de los cuadros de Margaret, que alcanzaron una popularidad impresionante en la década de los  60. A lo largo de la trama vemos varios momentos claves en la vida de Margaret, desde su separación de su primer esposo, hasta el momento en que conoce a Michael, su matrimonio con él y su lenta realización de que se casó con un estafador abusivo.


Como había mencionado, uno de los principales problemas de la película es el tono. La historia pareciera querer apuntar a un drama a través del infierno y las cadenas emocionales que debió haber experimentado Margaret en los años posteriores de su matrimonio. Sin embargo, aunque todo esto es mostrado en la película, cada escena dramática se ve precedida por una escena cómica imposible de tomar en serio en que vemos el talento de Michael para ser ridículo. Esto crea problemas fundamentales con la seriedad del tema tratado y la caracterización del personaje.



Como el mismo Michael dijo en el juicio del clímax de la película, la descripción del personaje pareciera apuntar a dos personas diametralmente distintas: de un lado el payaso carismático y del otro el malvado manipulador. Y aunque probablemente el verdadero Michael haya en compasado ambos mundos, en la película se siente falso. No podemos ver a Michael como el monstruo que era porque la película nos ha acostumbrado a reírnos de él cada vez que aparece en la pantalla. Ni siquiera cuando intenta quemar la casa con Margaret y su hija adentro se siente como un momento serio, pareciera ser tan sólo una farsa más del guión. El juicio también lo ejemplariza, un momento que debió verse como el final dramático del viacrucis de Margaret fue el momento más gracioso de la película (casi rayando en lo ridículo).

Adams hace un buen papel, aunque deja deseando más. La actriz le da al personaje el toque de ingenuidad y frescura perfecto para retratar creíblemente su caída en manos de Michael. A lo largo del filme sigue demostrando su habilidad, su interpretación da vida a la debilidad y decepción de Margaret de muy buena forma. Pero en los momentos de realización personal es que su actuación no es tan fuerte. Puede ser que ésta fuera una decisión del director, pero en lo personal me hayé algo confundido al ver a Margaret tan pasiva incluso cuando el guión parecía gritar que ése era el momento en que debía salir de su capullo y expresar el dolor y la desesperación que en el fondo sentía. Simplemente esperé más.

Respecto al resto de las actuaciones, la de Waltz fue buena, aunque a veces parecía demasiado exagerada. Tal vez Burton se le acercó y le dijo “tú eres el Johnny Depp de esta película”, o algo así. Algo que leí reiteradamente es que se supone que Michael Keane era estadounidense, lo que dejaría muchas preguntas sobre porqué Waltz lo interpretaba con acento alemán. La hija de Margaret en cambio actuó espantosamente, sobretodo la actriz adolescente.

Por otro lado, algo que realmente odié fue la banda sonora. Siempre parecía estar fuera de lugar y no encajar con el tono de las escenas en que aparecía. En pocas palabras: distraía demasiado y no de la buena manera. El tema principal del filme, interpretado por Lana del Rey, tampoco fue nada digno de recordar ni ayudó a profundizar el momento de la historia en que fue incluído.

Pero dejando lo negativo atrás, si hay algo digno de ser mencionado de la película es su mensaje. La película retrata la frustración y la injusticia que muchas mujeres deben pasar al hallarse en ámbitos considerados tradicionalmente como masculinos. “Las personas no toman a las mujeres artistas en serio”, dice con tristeza Margaret, y todos podemos sentir filtrarse a través de esas palabras las aspiraciones de millones de mujeres que no hicieron sus sueños realidad por culpa de esos prejuicios. En el caso de Margaret, la historia tuvo un final final, pero es por todos los finales infelices que es necesario seguir discutiendo estos temas.



Aparte, la película es una excelente manera de conocer más sobre el arte de Margaret Keane. En lo personal, nunca había visto sus pinturas. Muchas de ellas me dejaron gratamente sorprendido. La intensa emoción que muchos de los niños muestran en sus ojos es hermosa. Hubiera sido bueno que el filme se centrara un poco más en el proceso creativo de Margaret o la inspiración tras sus pinturas. Apuesto que Burton, coleccionista de pinturas de Keane, podía haber contado más al respecto. Es una lástima que tan buen material haya terminado recibiendo tan simplona adaptación.


Veredicto: Big Eyes no es una mala película y no se puede negar lo importante de las reflexiones que trae, pero es tan poco memorable y tiene un tono tan equivocadamente volátil que pareciera estar hecha para ser olvidada incluso antes de que terminen de pasar los créditos.



Walter Keane siempre contaba que su arte estaba inspirado en los pobres niños que vio a fines de los años 40 en el Berlín devastado por la Segunda Guerra Mundial, mientras estudiaba en Europa con la intención de convertirse en pintor.
A su regreso a EE.UU. se instaló en la ciudad de San Francisco y se dedicó a las transacciones inmobiliarias, ya que con la venta de sus cuadros no le daba para vivir.
A mediados de los 50 conoció a  Margaret  en un mercado de arte.
Ella, que acababa de divorciarse y tenía una hija, encontró en él una figura protectora que le permitió empezar una nueva vida. La pareja contrajo matrimonio en 1955.
Poco a poco los cuadros de los niños de los ojos gigantes empezaron a ganar popularidad.
Margaret Keane ha descrito en numerosas ocasiones el momento en que se enteró que su marido estaba haciéndose pasar por el autor de los retratos que ella pintaba.
Fue una noche en el club nocturno de San Francisco The Hungry i, donde él exhibía y vendía las pinturas.
Estaba sentada en una esquina del local cuando alguien se le acercó y le preguntó si ella también pintaba. Ahí fue cuando se dio cuenta de la gran mentira.

Se puso furiosa y al llegar a casa se enfrentó a su marido, quien se justificó diciendo que necesitaban el dinero y que era demasiado tarde para dar marcha atrás: ya que todo el mundo pensaba que él era el autor de los cuadros, firmados tan sólo con el apellido Keane.
Preocupada por lo que podría pasarle a ella y a su hija si abandonaban a su esposo, Margaret decidió participar en el embuste.
Su estilo -que no era del gusto de la mayoría de los críticos de arte, que lo consideraban demasiado kitsch- se hizo inmensamente popular en esa época, lo que le generó decenas de imitadores y le permitió amasar una enorme fortuna.

Junto a su esposa Margaret, con la que residía en California, el pintor se codeó con grandes estrellas de Hollywood como Natalie Wood, Joan Crawford, Jerry Lewis o Kim Novak, algunas de las cuales llegaron a pedirle que las retratara.

Incluso el propio Andy Warhol alabó el trabajo de Keane, con el argumento de que si era tan exitoso no podía ser tan malo como aseguraban los críticos.

Pero en el ascenso de Keane a la cima del arte para las masas tan sólo había un problema, que no se conocería sino hasta años después: quien creaba las pinturas no era él, sino su esposa, a la que durante cerca de una década mantuvo en casa encerrada en un estudio, trabajando sin descanso en los cuadros.

Con el dinero que ganaban con los cuadros de los niños de ojos gigantes, se compraron una gran casa con piscina. Y mientras Walter se daba al alcohol y a las mujeres, Margaret pasaba hasta 16 horas al día encerrada en su estudio pintando.

A principios de los años 60, la pareja ya era muy conocida y por sus cuadros se pagaban decenas de miles de dólares.

Las reproducciones de las pinturas se vendían en todo el mundo y no era difícil encontrar copias de las obras atribuidas a Walter Keane en las casas de muchas familias de la clase media estadounidense de la época.

Cuando, en una reciente entrevista, le preguntaron a Margaret Keane sobre la tristeza que emanaba de sus cuadros, explicó que no fue sino hasta años después de pintarlos que se dio cuenta que estos reflejaban la opresión que ella sentía en su propia vida.

Obra de Margaret Keane

Tras diez años de matrimonio, en 1965 la pareja se divorció. Margaret se mudó a Hawái, contrajo matrimonio con un comentarista deportivo y se hizo testigo de Jehová.
En 1970, cuando sus cuadros ya habían pasado de moda, decidió que no iba a mentir más cuando le preguntaran sobre su autoría y le contó toda la verdad a un periodista de la agencia UPI.
Su ex marido contraatacó asegurando que su esposa era una mujer infiel y una mentirosa compulsiva.
Ella lo retó a que ambos pintaran en público uno de los cuadros para demostrar quién era realmente el autor, aunque él se negó.
Walter Keane se mudó una temporada a vivir a Europa mientras amainaba la tormenta.
Pero a mediados de los 80, en una entrevista con el diario USA Today, Keane aseguró que su esposa se había atribuido la autoría de las pinturas porque pensaba que él había fallecido.
Eso fue la gota que colmó el vaso. Margaret demandó a Walter por difamación y, tras un juicio que duró varias semanas, el juez les pidió a ambos que hicieran en la sala uno de los retratos.
Ella pintó a un niño de enormes ojos tristes en apenas 53 minutos. Él se negó a hacerlo alegando que tenía un problema en un hombro.
El juez acabó concediendo a Margaret una indemnización de US$4 millones que Walter -quien tenía graves problemas con la bebida- nunca llegó a pagar, ya que había dilapidado toda la fortuna que había amasado con los cuadros de su ex esposa.
El periodista Adam Parfrey, fundador de la editorial Feral House, llegó a entrevistar a Walter Keane cuando éste malvivía a principios de los años 90 en la localidad californiana de La Jolla.
Según explica Parfrey en conversación con BBC Mundo, cuando conoció a Keane le dio la sensación de que era "un farsante y un mentiroso".
Parfrey, quien junto a Cletus Nelson escribió una biografía de Keane titulada Citizen Keane("Ciudadano Keane"), asegura que él seguía insistiendo en que su mujer era la que mentía.
El periodista señala que Keane era un hombre muy inteligente con unas grandes dotes para el marketing y la autopromoción. Pese a ello, parecía vivir alejado de la realidad.
Ahora, según Parfrey, la figura de Margaret Keane -a quien describe como una mujer muy agradable- será reivindicada gracias a la película de Tim Burton.
Tampoco sería de extrañar que las pinturas de los niños de ojos gigantes, denostadas hace unas pocas décadas por los críticos y codiciadas por el gran público, vuelvan a ponerse de moda.


En 1986, un juzgado de Honolulu, Hawai, fue escenario de un momento más propio de un talent show que de un tribunal. El juez pidió a las dos partes enfrentadas que pintasen un cuadro ahí mismo, delante de él. No uno cualquiera, sino un retrato de un niño triste con ojos enormes. La acusación lo logró en 53 minutos. El acusado dijo que en ese momento no podía, que le dolía el hombro. Con eso quedó todo claro: los famosísimos y muy lucrativos cuadros firmados como “Keane”, no eran obra de Walter Keane, como él llevaba décadas asegurando, sino de su entonces ya ex esposa, Margaret, víctima principal de una de las estafas más sonadas del mundo del arte.

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