Olivenza al anochecer
Han aparcado el automóvil en Olivenza. Son las veintidós horas y quince
minutos. Es martes y en los restaurantes, algunos llenos de gente cenando y
otros , ya no sirven cenas. La incierta deambulación les ha conducido hasta una
callejuela en la que el dueño de un bar bosteza repetidamente con la soledad de
un programa de televisión sobre piragüismo. Examina con desconfianza a la
pareja que le pregunta si pueden cenar.
— A estas horas solamente les puedo servir ensalada mixta y tortilla
francesa,- responde, cansino.
Conscientes del recelo del dueño, que ha cambiado el canal deportivo por
otro que desarrolla una trama policíaca, Jacinto y Azucena intercambian
opiniones y comentarios, en voz suficientemente audible por el tabernero,
acerca de aspectos intrancendentes de la universidad. Al poco rato, el
propietario del local deja de mirarles de reojo y centra su atención en la
película.
Acaban de cenar. El tomate estaba demasiado duro y la tortilla con exceso
de aceite. Pagan y abandonan el bar.
Muñecas de trapo a punto de ser quemadas
Aún restan cuarenta y cinco minutos para
la medianoche. Pasean bajo la noche estrellada por el Paseo Grande lleno de
gente mirando las muñecas de trapo que estaban a punto de ser
quemadas a media noche. En la lejanía les ofrece el majestuoso espectáculo de
unos fuegos artificiales pero también el innecesario estruendo de unos cohetes
con los que, en algún lugar, festejan la noche sanjuanera.
Quema de las muñecas y jolgorio
A las doce menos cinco, mientras Jacinto simula fotografiar a su compañera
en el atrio del templo, Azucena abre la puerta de la iglesia de Stª María del
Castillo valiéndose de las dos llaves. Se han acercado a la losa de mármol de
la sepultura templaría.
—Azucena, ¿confías, como profetizó Von Eschenbach, en que algo vaya a
salir de esta tumba esta noche?
A pesar de la obstinación del catedrático, Azucena le obsequia, una vez
más, con su sonrisa más candorosa.
—Jacinto, estoy convencida, plenamente persuadida, de que algo prodigioso
ha de suceder a no tardar.
Cuando la torre comienza a desgranar las pesadas campanadas, Azucena se ha
transfigurado. Con la boca muy abierta, sus ojos fulgurosos se hunden en la
tumba. Echa su cuerpo hacia atrás al tiempo que cubre la cara con los dos
brazos. Al instante, comienza a girar el cuerpo como si acompañara con la
visión algo que se moviera en círculo alrededor de ella.
Tumba templaria
Jacinto exterioriza su sorpresa, confusión y temor con una progresiva
lividez cadavérica en su rostro.
-—¿Qué te ocurre…?, ¿qué es lo que estás viendo…?,- acierta a balbucear con
trémula voz.
La chica, que prosigue con sus giros corporales hacia un lado y otro del
interior del templo, articula con dificultad,
—la lanza…., la lanza…, está escrito…., grabado…, Ego, Longinus…,
imperii romani…, cierra el puño ante sí como si aferrara algún
objeto,- miles, hac lancea…
—¡Sigue, continua…, no te detengas!…,- Jacinto toma notas con excitación en
un bloc.
— Iudeorum regem
necavit…,-! date prisa. Fotografíalo…!,- le urge Azucena.
—Fotografiar…,¿qué? ¿Dónde…? ¡Yo no veo nada…!- Aún y todo, dispara la cámara
fotográfica del móvil en todas las direcciones posibles.
Al punto,
Azucena permanece inmóvil un breve instante y, a continuación, se derrumba en
uno de los bancos de madera. Jacinto, empapado de sudor le acaricia las
mejillas y el cabello.
Apenas han
transcurrido un par de minutos, cuando la muchacha abre los ojos, se despereza
y recorre con la mirada el interior de la iglesia.
—¡Qué
extraña esta sensación de bienestar, Jacinto!. ¡Qué paz interior! Y ¿la tumba?
Ahí está…,intacta. No ha ocurrido nada extraño, ¿no es así, profesor?
Jacinto,
recuperándose todavía del intenso sobrecogimiento, efectúa una larga pausa para
restablecer el ritmo respiratorio. A continuación le relata detalladamente todo
lo ocurrido desde que comenzaron a sonar las campanadas de la medianoche. Le
advierte que todo ha ocurrido en no más de cinco minutos.
—¿Recuerdas
siquiera el texto inscrito, según tu vacilante expresión, en la lanza del
templario?
—No sé de qué
me hablas..
—Yo,
Longino, soldado del Imperio Romano, maté con esta lanza al Rey de los Judíos.
—Si no te
viera como…impresionado, aseguraría que estás bromeando.- ¿Por qué me embarga
esta dicha?- se abraza a su compañero.
—Pocos datos
objetivos de la experiencia que has vivido vas a poder aportar en la defensa de
tu tesis. Por cierto, tampoco recordarás tu exigencia de que fotografiara…qué
sé yo qué…
—Mira,-
Jacinto le muestra su móvil.- no hay más fotos que las de las paredes y el
techo de la iglesia.-
-—Anda!,
vamos a entregar las llaves.
Aurora: Mª Carmen Piriz García derechos reservados
Si aún no han leído la 1ª parte podéis leerla pinchando:
ESTE RELATO LO ESCRIBÍ PARA LA REVISTA DE FERIA DE MI
PUEBLO, OLIVENZA 2012 Y FUE SELECIONADA EN UN CONCURSO DE RELATOS Y PUBLICADA EN UN LIBRO DE EDICIONES ALZEIZER.
Supongo que hay una continuación, pues la historia se ha puesto muy interesante. En tu entrada del 23 de abril decías que ya lo habías publicado en dos capítulos, pero en la forma con que termina este parece como si tuviera que haber otro.
ResponderEliminarUn abrazo.
No escribí más. Hay lo acabé. En algún comentario mw pidieron para seguir, pero de momento no hay más. Un abrazo.
ResponderEliminarHa de ser un lugar increíble. Tu relato me hizo sentir que caminaba por esos pasadizos cargados con esa energía propia que destilan los edificios levantados por los templarios. Lugares telúricos, lugares de poder...Me encantó el relato.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es una iglesia muy bonita con mucha arte. Esta historia la centré en ella ya que hubo en su lugar templarios. Un abrazo.
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