En soledad
Mujer sentada, autorretrato pintado al óleo por mi |
Suena el
despertador, un importante artilugio que si no se acalla de un certero manotazo
eleva el tono de su sonido metálico en cadencias de diez segundos.
—¡Apágalo ya! - Carmina conmina a su marido que bosteza
en el sopor del sueño bruscamente interrumpido.
—¡Joder y todavía es martes! - farfulla mientras
interrumpe los timbrazos. Carraspea, se incorpora sobre un codo, acerca su cara
a la de ella y con voz algo más clara le recuerda la suerte que tiene de poder
seguir durmiendo. La mujer no le contesta. Se levanta y le prepara un café que
inunda la cocina de agrio aroma.
Carmina ha quedado sola. Hace unos minutos que su marido se ha despedido con un seco adiós. Abre un resquicio de la puerta del dormitorio de los hijos, la sin cronicidad de sus respiraciones atestigua un sueño profundo. Se dirige al baño, enciende una luz indirecta adosada al armario del espejo, se quita la combinación y contempla su cuerpo cubierto por unas cortas bragas cuyos encajes de finas mallas insinúan la oscuridad del vello púbico. Con un coqueto contorneo de caderas se acaricia desde los pechos hasta los muslos y, mientras roza con la lengua el labio superior, indicio de sus deseos voluptuosos, se desprende lentamente de las bragas lilas. Vuelve a la sala, recoge la postal de su amigo y con un suspiro la estrecha contra sus senos. Enciende la luz de su dormitorio y se acuesta desnuda.
Intenta leer de nuevo el mensaje de Salvador pero las abigarradas imágenes que pueblan el cerebro le impiden concentrarse en unas letras que cada vez las percibe más borrosas. A estas alturas, las postales con los mensajes escritos apenas significan nada para esta mujer, sedienta de las caricias de su amante. Le necesita y jura hacérselo saber sin ambages en su próximo encuentro. Carmina vive el instante de su gran verdad. Se lamenta de tanto tiempo perdido en insinuaciones hipócritas, en palabras de doble significado. Deplora sus inhibiciones, quizá también sus escrúpulos. Ahora nada de eso existe.
Quiere a su amigo y lo quiere
junto a ella. Se disponía a hacer el amor con él aunque sea en el mísero
sucedáneo de su imaginación. Vuelve la mirada hacia el lado de la cama donde
hace poco descansaba su marido, el único vestigio de su presencia acaba en las
arrugas que ha dejado en la sábana que Carmina las alisa con un par de
estirones.
Contempla sus senos de mujer madura que aún conserva sus
turgencias y los siente duros, capaces de provocar deseos al hombre que los
acariciara. Con la respiración agitada los acaricia con las palmas de la mano
en movimientos concéntricos, lentamente su mano derecha se desliza por la suave
piel del vientre, de las caderas, de los muslos y piernas que en un rápido
movimiento ascendente introduce los dedos índice y anular en la vagina que ha
comenzado a emitir el flujo placentero. El suave roce de sus dedos en el
clítoris inunda de gozo el cuerpo de Carmina que con apagados gemidos imagina
voluptuosa la lengua y los labios de Salvador empapados de su flujo femenino.
Los orgasmos se suceden a cortos intervalos, revoleando su cuerpo de derecha a
izquierda en medio de jadeos y gritos apenas reprimidos. Desea el cuerpo de su
amigo sobre ella. Necesita ahora ya, su abrasador miembro en la vagina. Se
cubre con la sábana, cierra los ojos y permanece largo tiempo erguida, quieta.
Una lágrima recorre su mejilla, no es una lágrima de remordimiento, no, ya no
lo es, es una lágrima de soledad.
Desnudo pintado a pastel por Mamen Píriz
Continuará...
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