En la Alcoba
Abstracto pintado al óleo (50 x100 cms) por Mamen Píriz |
La
alcoba separada de la sala por unas puertas correderas de madera plastificada,
alberga en el lado derecho un sinfonier con varios cajones, la cama matrimonial
con un cabezal amplio de madera, las paredes de color blanco, en la parte alta del cabecero un cuadro alargado con figuras geométricas en colores rosados verdes y grana, a los lados dos cuadros mas pequeños color verde adornan la estancia.
Faltan pocos minutos para la
medianoche cuando Salvador ha apagado las luces de la casa, ha abierto la
ventana de la sala con la persiana baja y se dispone a desnudarse mientras
contempla a su mujer dormida con respiración acompasada.
Extendido
en la cama experimenta el placentero alivio de la relajación de las tensiones
en el duro pero confortable colchón. Bosteza, a modo de fugaz película, pasa revista a los
acontecimientos del día que la somnolencia los va encubriendo como la niebla de
un pantano hasta que cae en un profundo sueño.
Al rato muestra un desasosiego que le impulsa
a cambiar de postura de izquierda a derecha al tiempo que musita sonidos
ininteligibles. Abre los ojos súbitamente y mira el reloj despertador de la
mesilla cuyos dígitos color escarlata marcan las dos y veinte.
Se revuelve en
la penumbra azulada que se filtra por los resquicios de la persiana, observa el
sueño de su mujer, cuyo sereno rostro se transfigura lentamente en el de
Carmina debido a los múltiples elementos subjetivos que condicionan la
percepción del periodista que, a partir de ahí, fantasea con la imagen de su
amada.
La tiene frente a sí, cubierta sólo por las
piezas de lencería negra a juego con su melena azabache, cubriéndole los
hombros que le prestan un aire de fragilidad que desata su pasión por ella. Le
desabrocha el sujetador y mientras acaricia sus pechos se inclinan abrazados
hacia la cama donde prosiguen el juego amoroso entre besos y caricias por todo el cuerpo. Salvador
detiene su fantasía en la imagen del rostro ladeado de la pintora con los ojos
cerrados y la respiración entrecortada por el placer.
Con un movimiento
impremeditado, mecánico, introduce la mano dentro del pijama y se aferró a su sexo
erecto. Experimenta como nunca la pulsión de masturbarse pero la reprime en un
acto heroico ya que le fascina, no sin cierto reconocimiento, la posibilidad de
entregar toda la energía psíquica y física a su amada.
En un
desesperado intento por recuperar el sueño que ha abandonado la pesadez de sus
párpados, estira con cuidado para no desvelar a su compañera de cama el
enredado cordón del auricular del transistor de bolsillo que, con frecuencia,
le ayuda a distenderse de la agitación anímica que bulle en la memoria cuando
ha concluido la jornada. Pulsa el botón del interceptor y al tiempo que se
enciende un punto rojo que parece flotar como un lejano planeta en la oscuridad
del firmamento, percibe una cálida voz femenina:
—Créeme, Susana, no sé qué hacer, me carcome esta
situación pues si, por una parte me da lástima mi marido porque creo que no se
merece lo que hago, por otra parte amo
con locura al otro, -ha arrastrado las últimas palabras por el efecto de un
suave suspiro.
La
presentadora sin excesivos recursos magistrales recurre al tópico en tono de
complicidad.
—No has contemplado la posibilidad de separarte?
-me parece la única...
—Todo el mundo me dice lo mismo, -le interrumpe con cierta brusquedad Halo de Luna.
—He
comentado el caso con un psicólogo y una psiquiatra y ellos también entienden
que la solución más idónea es la separación, pero a mí los salo-monismos del
tipo de todo o nada, lo tomas o le dejas no me satisfacen.
La
luna se ha deshecho de la vaporosa protección de una nube filtra por las
persianas estrías plateadas sobre las sábanas azules de la alcoba.
—Latiguillo final que pretende el
inicio de una ilusión. -Si alguien que están escuchando este programa puede
arrojar desde su experiencia personal o por conocimientos profesionales alguna
luz sobre el caso que nos ha expuesto Halo de Luna, le agradecería se pusiera
en contacto con esta emisora.
A continuación el programa pasa a ofrecer las melodías del Vals Triste de Jean Sibelius, cuyos sones transportan las imágenes de Salvador a un florido valle, repleto de flores de manzanilla donde sentados bajo la protectora sombra de un corpulento roble, cruza sus ojos con la luminosa expresión de Carmina.
No se dirigen la palabra solamente se miran sonrientes. El periodista le ofrece una flor blanca y amarilla y ella la recibe sin apartar sus ojos de los suyos. Siguen sin pronunciar palabra, sólo se sonríen se miran a los ojos.
Un lejano cencerro pone el contrapunto al moderado trino de pájaros de distintas especies envolviendo a los amantes en el misterio de las cosas sencillas. No se hablan. Sólo se miran... sólo se miran... Se miran...
Salvador se ha quedado dormido mientras el transistor de bolsillo se desliza lentamente por la sábana superior hasta que la moqueta ahoga su golpe contra el suelo.
Dormitorio para el cual hice ese cuadro. |
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