El paseo
El peine del Viento, técnica mixta ( 70 x 50 cms) pintada por Mamen Píriz. |
Eran las cuatro y media de la tarde. Decidieron dar un largo paseo, desde la parte Vieja hasta el monumento El peine del Viento. El recorrido era de un extremo a otro de las dos playas, La Concha y Ondarreta. Después de la copiosa comida que acaban de hacer era lo mejor para aligerar el cuerpo. Los jardines de Alderdi-Eder a esa hora estaban repletos de niños, unos corrían detrás de las palomas y otros jugaban en los juegos y columpios del parque. Soplaba un aire agradable, en el horizonte las nubes ennegrecían el cielo. Iban uno al lado del otro, de vez en cuando ellos se daban la mano con disimulo.
Tiovivo en el parque de Alderdi-Eder.
En el Paseo de la Concha unos mimos distraían a la gente a cambio de unas monedas, con su quietud como estatuas, impregnados de purpurina de oro y plata, sus cuerpos representaban a los Dioses del Olimpo. Carmina y Salvador se pararon a mirar un instante apoyados en la típica barandilla. Siguieron el paseo y los tamarindos mil veces reproducida a lo largo de todo el paseo.
Cuando llegaron a la altura del Centro de Talasoterapia de La Perla se pararon en la cafetería ubicada en el paseo frente al mar. Se sentaron en la única mesa que estaba libre en la terraza mirando al mar. Él ofreció una silla a Carmina, se acomodaron sentados uno al lado del otro.
Acuarela de la playa de la Concha (60 x 50 cms.) pintada por Mamen Píriz. |
Salvador indicó con un gesto a uno de los camareros ceñidos en blancas chaquetas, que se abrían paso a través de las sillas, bandeja en mano, dos cafés y un whisky, que inmediatamente sirvió el camarero. Estuvieron un rato en silencio, descansando del ya largo trayecto recorrido. Mirando hacia la playa. La brisa del mar les daba en la cara. A Salvador una ráfaga de aire cruzado le echó su escaso mechón de pelo hacia adelante sobre la cara. Este incidente les hizo soltar una carcajada.
Tamarindos en el Paseo de la Concha. |
Pasada la media hora continuaron el paseo iluminados por una ráfaga de sol que apareció sobre el agua del Cantábrico, que venían a morir suspirando sobre la arena. Llevaban otro rato caminando, ya divisaban a lo lejos las figuras que el escultor Chillida creó en el extremo final de la playa. Ya era más de media tarde cuando Salvador y Carmina llegaron, se sentaron en las escalinatas de la plazoleta, en un lugar dónde se protegían de esporádicas ráfagas del viento. Apenas había gente, sólo un grupo de turistas que sacaban fotografías del paisaje. Salvador rodeó la cintura de Carmina y estuvieron abrazados un largo rato, contemplando los tubos que expulsaban agua a presión cada vez que chocaban las olas contra el muro.
—¡Dos enamorados junto al mar! - meditó Salvador con apacible regocijo-
—He estado pensando, -dijo Carmina- que quizás deberíamos volver en autobús al centro, pues me siento un poco cansada después de la caminata.
El Peine del viento. |
Carmina esperó un momento con la cabeza apoyada sobre el hombro de Salvador, y él se dio cuenta de que sólo esperaba que respondiera; Si, vamos en el autobús- pero guardó silencio.
Salvador cambió de posición, preso de cierta intranquilidad. Se veía dándose prisa para abandonar el despacho, subiendo las destartaladas escaleras hasta el último piso, haciendo el amor a Carmina, y a la vez mirando el reloj; demasiado pronto para su amante y muy tarde para su mujer. Despedirse de ella para llegar a su hogar y abrazar a su mujer, disimulando cuando Charo le pregunte durante la cena ¿Qué tal día pasaste? Y entre tanto manipular la situación con habilidad y alegría.
—¡Cariño!.¿Me has oído lo que te he dicho? -le dijo Carmina-
—¡Eh! Que? ¡ha! Si, si, -le contestó- volveremos en autobús.
Estuvieron un rato más y se dirigieron a la parada de autobús más cercana que les devolvería al centro de la ciudad. Pasados unos minutos llegó el autobús de línea correspondiente a la zona, subieron en él y en el interior Carmina saludó a una pintora conocida.
—¡Hola Eli! ¿Cómo por aquí? - le preguntó-
—¡Bueno, Carmina! Tengo una exposición en el hotel Costa Vasca y me dirijo hacía allí y... tú ¿Qué haces por aquí?
—Pues... también voy a exponer mi obra desde mañana en la galería que hay en la calle Zubieta. La inauguración será a las once de la mañana, ¡espero que asistas!
—¡Bien! A esa hora podré ir, ¡asistiré! -Eli se bajó en la parada cerca del hotel y ellos siguieron hasta el centro.
Cuando bajaron del bus había comenzado a llover. Entraron en una librería cercana donde Salvador tenía que recoger unos encargos y después fueron en dirección al aparcamiento.
Al salir del aparcamiento la reciente lluvia azotaba las ventanas del automóvil. Permanecieron un rato callados escuchando la lluvia en la tibia oscuridad acuosa y ondulante de la tarde sombría. Antes de coger el desvío en dirección Bilbao, Salvador paró en el arcén y volvió la cabeza hacia ella, la besó en el cuello, hundiendo sus labios en la firme piel tibia. Carmina cerró los ojos sintiendo el beso profundamente y después abrió los ojos de par en par, mientras una ligera y apacible sonrisa indiscreta jugueteaba en sus labios.
—¿Qué te parece si nos quedamos esta noche a dormir en algún hotel? - le preguntó-
—¡Pero Salva!, Así. Sin más... me encantaría pero tendremos que avisar en casa ¿no?
—Si, llamaremos por teléfono, pondremos una buena excusa, ¿no te parece?
Salvador puso el motor en marcha. Buscó dio la vuelta hacia la cuidad. Los faros atravesaban la oscuridad y conferían un aire amenazador y acecharte a los árboles que bordeaban la ruta, por lo que era preciso conducir con cuidado, despacio. Carmina iba apoyada contra la portezuela, mirando por la ventanilla derecha, apartada de Salvador.
Era tarde cuando el coche se detuvo ante un hotel. El hotel era de reconocidas dimensiones y estaba situado cerca del Palacio Miramar en el barrio del antiguo frente al mar. La puerta principal se encontraba abierta aún. Salvador al apagar los faros de su coche ante el hotel, divisó al portero de espaldas a la calle mirándose fijamente al espejo, peinándose. Le preguntó si quedaba alguna habitación libre, el portero miró en el libro de registro y le dijo que sí, casualmente me queda la 110, es doble con baño.
—De acuerdo, ¿nos quedamos? -le preguntó a Carmina-
—Si, -respondió rotundamente-
Continuará ...
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