Un baño por la mañana
Foto de la Playa de Ondarreta. |
Luce un día hermosísimo- dijo, contemplando el cielo despejado, sin asomo de la más leve nubecilla -en ese instante salía del baño el periodista-
—¿Sabes lo que me gustaría hacer? Bajar a la playa para nadar y estar solos tú y yo.
—Podemos ir, a estas horas no habrá nadie, nos bañaremos y después tomaremos un buen desayuno.
—Pero, si no tengo bañador. -dice Carmina-
—Yo tampoco, nos bañaremos desnudos o en ropa íntima, -con una leve risita-, al menos que encontremos una tienda cerca en la que vendan bañadores.
Era un día laborable por lo que la blanca curva de la Concha, con su franja multicolor de casas alineadas en toda su extensión, se hallaba casi desierta. Sólo caminaban por la calle las personas que se dirigían a sus respectivos trabajos. Vestidos con los albornoces de baño del hotel bajaron una escalera que abría paso a la avenida de la Concha, en ella encontraron una pequeña tienda que su madrugadora dueña la estaba abriendo. Le preguntaron si vendían bañadores, y compraron uno para cada uno.
Donosti con el mar embravecido. |
El mar estaba embravecido y había resaca; cuando las olas rompían y agotaban su ímpetu contra la playa, retrocedían peligrosamente para deshacerse en blanca espuma al chocar contra la próxima ola
que avanzaba. Decididos se metieron en el mar, a pesar del oleaje. Se remojaron a la vez, tirándose de cabeza al agua. Salvador siguió nadando con uniforme brazada introduciéndose una y otra vez bajo las olas. Carmina seguía tras él sin conseguir alcanzarle, no podía avanzar, la resaca se apoderó de ella y se quedó estancada precisamente donde las olas se lanzaban con toda su violencia hacía la costa. De pronto logró deslizarse sobre una ola que la arrojó a la playa y pudo ponerse en pie, pese a que el agua le llegaba hasta la cintura. Salió y se secó con el albornoz. Oteó el horizonte y buscó a Salvador, no muy lejos divisó la cabeza de su amado subiendo y bajando sobre las olas. Salvador agitó su mano en ademán de saludo y siguió nadando, ella levantó la suya y se tumbó sobre una toalla decidida a secarse al sol, que empezaba a calentar. Llevaba un bikini sumamente ligero de color rosado que resaltaba su piel levemente tostada.
En la playa soplaba un viento recio del Norte, y una neblina alta palidecía la luz del sol. Guardaron silencio y se pusieron a contemplar unas gaviotas que se posaban inmóviles sobre las rocas cercanas y otras se deslizaba sobre las olas con ayuda de sus alas. A lo largo de toda la bahía:
—Sin duda tendrán alguna razón para dedicarse a esto todos los días, -observó Salvador señalando a las gaviotas con un gesto con la cabeza- pero a mi parecer, sólo se están exhibiendo, y están declarando: <No somos gran cosa quietecitas, pero en la cresta de las olas somos únicas>.
Recordaron que no habían desayunado, volvieron al hotel enfundados en los albornoces. Tomaron el desayuno sentados en la terraza del pequeño balcón que daba al jardín. El limonero desprendía un aroma agradable en la mañana apacible de Donosti.
Carmina se levantó y se acercó para imprimirle un beso en la coronilla, alborotándole el pelo entre sus dedos.
—Para mi gusto -murmuró Salvador, hace una maravillosa mañana ¿no crees?
—Para mi gusto también -manifestó Carmina-, volvió a besarle antes de sentarse nuevamente y acabaron de desayunar. Salvador se quedó pensativo, Carmina le dirigió una súbita mirada.
—¿En qué piensas? -le preguntó-
—Pienso... -respondió- en lo que pasó anoche, en cuán maravillosa eres y cómo me siento entrelazado, embelesado, en pecaminosa sensualidad; yo no he estado a tu altura, te he fallado.
— No, cielo no, eso pasa alguna vez.
Continuará...
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