La losa
Mujer desnuda oleo sobre sabana de raso |
Con esta losa en su ánimo, se relajan y se duermen. Todavía no había amanecido y el reloj marcaba las cinco treinta de la mañana, Salvador pensó que de momento no culminaría sus artes amatorias si no lo intentaba de nuevo, cuando acaricia de nuevo a la pintora se desprende del slip y se abraza desesperadamente a ella. Carmina siente a su amado que le acaricia y ella le besa acariciándole con la lengua los labios y la boca, mientras Salvador intenta estimular el clítoris con el roce de sus dedos. La penetra con el dedo medio hasta revolver las profundas paredes del sexo.
El periodista invadido por la dulce sensación del placer personal que se desparrama desde su sexo hacia todas sus fibras y músculos, succiona con los labios los firmes pezones de Carmina que, con un suave roce de la lengua en su labio superior, exterioriza la sensación de gozo que experimenta. Él la sigue besando con la lengua que se desliza ávida por la anatomía de la artista. Por su espalda, sus brazos, las nalgas, el abdomen, muslos y piernas hasta detenerse en el clítoris que trata de estimular con correspondientes lengüetadas. Carmina reacciona ante la incitación con compulsivos movimientos de su pelvis en la búsqueda de un roce más profundo, más placentero. Salvador se electriza con el viscoso flujo de su amada que le empapa la lengua y los labios.
Aparta de la boca unos húmedos pelos que se han desprendido del pubis de Carmina y busca sus labios. Ambos se funden en un apasionado beso con la lengua, al tiempo que armonizan los cuerpos para el encuentro más idóneo de sus sexos. Abrazados, la pintora conduce el pene de su amado hacia sus zonas más erógenas. La respiración de ambos se agita y se entrecorta. Carmina emite suaves quejidos mientras crece el ritmo de movimientos pélvicos y de caderas hacia arriba y hacia abajo. Salvador no puede aguantar más. Una sensación de infinito placer se apodera de todo su cuerpo. Se agita. Suspira. Advierte a su compañera, en un fugaz tono de autor reproche, que no puede evitar la eyaculación, hasta que abrazado a ella grita la cariñosa contracción de su nombre en el instante en el que la lava blanca de su vulcanizado sexo moja el de Carmina que prosigue la estimulación de su cavidad sexual con el ya apenas consistente falo.
Salvador contempla el rostro de su amada que yace tumbada junto a él, la encuentra bonita, sensual, la ama con todas sus fuerzas y se lo dice. Ella le corresponde con un te quiero y un beso.
El teléfono de la mesita de noche marca la hora de levantar. Se besan de nuevo. Sellan un pacto con las dos más bellas palabras que escribir y proferir se puedan.
Salvador soñoliento, se dirigió inmediatamente al cuarto de baño para examinar su rostro ente el espejo. Tenía la frente cubierta de sudor, como si acabara de efectuar una carrera de 10 Kms. Las manos le temblaban al dar la vuelta al grifo del lavabo. Hundió las manos y la cara en el agua helada varias veces. En la bañera abrió los grifos para darse una ducha, se secó con movimientos vigorosos. En el cuarto de baño había un ancho espejo y se detuvo delante. Se secó el pelo y luego se peinó con esmero, se echó laca a su escaso pelo. Se contempló inmóvil, desnudo. Cuando era joven, solía pasar largos ratos contemplándose en el espejo. Entonces tenía un cuerpo atlético y le gustaba contemplarse detenidamente. Admiraba con orgullo su poderosa espalda, sus duros músculos y sus largas piernas tan modeladas bajo su fina piel. Pero ahora estaba contemplándose con mirada aprobatoria. Examinaba su imagen con ojos nuevos.
Desnudo ante el espejo pintado al óleo. |
No estoy mal -pensaba-, con una sonrisa que le producía su propia vanidad. Contempló, el cuerpo, la cintura, no tenía barriga. Al fin y al cabo, el cuerpo hizo los cambios que lleva consigo la madurez.
Se tomó la ducha y permaneció debajo del agua largo rato. Más tarde, comprendió que se sentía demasiado cansado para asistir al cóctel de la inauguración de la exposición. Después se secó con la toalla, se miró otra vez en el espejo. Esta vez pensó en su mujer y se examinó para saber si se consideraba culpable. Experimentaba un sin fin de sensaciones, de todas las clases, menos de culpa. Durante los 25 años que llevaba casado con Charo no había tenido nunca trato con otra mujer. No enfocaba esta cuestión bajo el aspecto moral, pues había vivido suficientemente su matrimonio y observado a otros, para poder creer que la felicidad fuera la regla y no la excepción.
Carmina se despertó, y
al notar que no estaba Salvador a su lado, comprendió que estaba en el baño, se
levantó y atravesó el aposento, miro por el ventanal de un modesto balcón,
protegido por una reja de hierro, desde el cual se dominaba un abigarrado
panorama de terrazas, las lejanas parras con sus cepas y debajo un limonero.
Continuará...
Hay personas que son incapaces de sentirse culpables.
ResponderEliminarEsperaré al siguiente capítulo.
Cariños.
Kasioles
Pues si, per estos protagonistas les remueve la conciencia pero viven un amor infiel. Los lunes saco una nueva entrega. Un abrazo
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