Estos
días de locura antesala de la Navidad, nos contagiamos del espíritu
navideño. Nos gusta pasear por las ciudades,
las calles están iluminadas, las tiendas lucen los mejores decorados. Fuimos
de compras y adquirimos el abrigo que
necesita papá, aquella chaqueta que le gusta a mamá, el vestido que a mí me
gustaba, al abuelo le compramos un jersey, a la abuela una bufanda y una mantita
para que no se enfríe. Y algún adorno que nos faltaba para la decoración de la casa.
Pero ya en nuestra casa, disfrutamos
poniendo el nacimiento y adornando la casa al mínimo detalle al refugio de una buena
calefacción. La tarde de Nochebuena estuve preparada con tanta
ilusión la mesa, como mamá y mi suegra me enseñaron a poner. Una
mesa bien puesta, para disfrutar de los manjares hechos de recetas navideñas para la
ocasión. La familia está reunida el ambiente es alegre y cordial.
En
unos de nuestros paseos, le dimos una
propina a un mendigo solitario y mamá le
convidó a compartir la cena de Navidad. Allí no cabe nada más hermoso que acoger
a un buen hombre. Braulio llegó puntual, llamó, Marina abrió la
puerta y dijo:
— ¡Mamá! Un señor pregunta por
ti.
— ¡Pase Braulio! le estábamos esperando.
Siéntase como en su casa por favor amigo.
Mamá presentó a la familia, le invitó a
sentarse presidiendo la mesa. La velada transcurrió amena, todos conversamos con Braulio como si fuera uno más de
la familia. El hombre sacó de su
bolsillo una armónica y se puso a tocar unos villancicos, todos le
acompañamos canturreando Cuando la familia abrimos los regalos, cada
uno cogió el suyo, mamá sacó ropa del armario y le entregó al
mendigo.
Braulio para agasajar a la familia se levantó, se puso una chistera y como un histriónico
personaje lanzó operando unos pases
de magia, que recordaba cuando trabajo de
mago con fama mundial. Sacó de la chistera, un par de palomas para Marina,
un ramo de flores para mamá y la abuela,
para mí una rosa y para toda la familia corazones de papel de
colorines.
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