Relato: Extraño encuentro en Montmartre

Pintores  en la Plaza  Tertre  en Montmatre 

Mayo iniciaba sus andares y el sol calentaba los rostros más risueños. La temperatura era agradable. Nada que ver con la severidad que marcaban los termómetros en el norte de Europa. París quedaba fuera del aire frío invernal. Este ambiente benefactor invitaba a tomar posesión de la calle. Los Campos Elíseos seguía siendo un lugar de peregrinación, tanto para los turistas como por los habitantes de la ciudad. Allá todo era multicolor. Algunas mujeres esperaban cola para hacer compras en las diferentes tiendas. Nadie pondría en duda el cosmopolitismo de la ciudad.

El capitán Stillson permaneció con la mirada fija en el pequeño punto que mostraba el panel de navegación. En la base de datos no costaba información alguna de ese cuerpo planetario ni, el más importante registro ¿Será tal vez ese? pensó. En otro tiempo se hubiera dejado llevar por el entusiasmo, pero ya había acumulado suficientes decepciones como para creer que, al fin, había encontrado el planeta que le haría millonario.

Se encontraba a una décima astronómica de distancia de su posición actual en el encuadre UV Ceti. El señor Stillson recorrió con la mirada el panel de mando y comprobó el nivel de energía del motor de fusión nuclear y cerró los ojos. La decisión fue suya, hizo un giro y el módulo de descenso aterrizó la nave en un descampado de una colina cercano a un cementerio. Descendió con cautela por la rampa que se había desplegado como una alfombra de bienvenida a un Nuevo Mundo.

En lo alto en el barrio de Montmartre todavía sin demasiada gente. Los pintores colocaban en la Plaza del Tertre sus puestos de cuadros y colocaban los caballetes dispuestos a hacer retratos y caricaturas a turistas que los solicitaran. Únicamente una jovenzuela que frisaba los quince años, de cabellera cobriza se dejaba plasmar en una caricatura frente a sus compañeros de instituto. Eran de nacionalidad española y pasaban unos días en París en viaje de fin de curso. Aquel día el pintor había encontrado un filón con aquel grupo. 

La época de los sueños habían pasado y en esa importante arteria parisina no solo trabajaban los pintores, las tiendas  que vendían souvenirs. En los últimos tiempos habían proliferado una serie de personajes que acabaron por integrarse en el espacio urbano  igual que los árboles y las farolas. 

El capitán Stillson caminó hasta el santuario que se mostraba dominante en el alto. Él quiso pasar desapercibido y eligió las calles del barrio que se esparcían tras el monumento. Apareció en la misma Plaza de Tertre vestido con su traje espacial. En un momento los chicos que esperaban a la joven que estaba siendo retratada, le rodearon y observaron con sus miradas. El señor Stillson que quedó parado como una estatua humana, como muchas de esas estatuas que proliferaban de vez en cuando por el barrio. Los jóvenes le hacían señas y muecas para que se moviera. Cada movimiento unas monedas caían a sus pies. 

Pingüino llevaba trabajando en ese barrio pintoresco un tiempo y nunca antes había visto a este mimo vestido de espacial. Se acercó a él y con enfado le recriminó, que le estaba quitando la esquina, donde él siempre posaba por unas míseras monedas, que sólo le permitía mal vivir y poder pagar una pensión de mala muerte.

El capitán Stillson dijo:

   —Busco un lugar donde hacerme millonario.

  —¡Hacerte rico! Ja, ja, ja, ja, se rio pingüino. Pues yo llevo unos años y cada día vivo peor con un mísero sueldo que no me llega  ni para comer. 

La alimentación de Pingüino era irregular. Algunas jornadas superaban a otras. Incluso durante la mejor época, en verano, se permitía el lujo de alguna opípara comida.

El adjetivo de la mejor época se refería al negocio, porque físicamente soportar el calor estival cubierto con el atuendo de pingüino. Sudando la gota gorda.

    —Si te quieres hacer rico, este no es el barrio donde viven los millonarios.

    —¿De qué planeta vienes? ¡No ves que aquí me quitas sitio! 

El capitán Stillson solo supo decir que desciende de los sirianos y le preguntó dónde está el barrio que viven los millonarios.

Pingüino le indicó:

—Desde el santuario se ve la explanada donde estaba el barrio de los millonarios.

   —Quizás allí encuentres a una parisina que te haga millonario, se rio  ja, ja, ja, ja. 

Stillson miró de soslayo a pingüino que permanecía quieto sin que nadie a su alrededor dejará unas monedas. Recogió las suyas y las depositó en la lata pingüino y con un bonjour se marchó, como llegó. 

  

Volvió a la nave y salió rumbo a Los Campos Elíseos. Descendió en un jardín y se paseó por la zona. El lujo de la emblemática avenida y el paseo le resultó de lo más agradable y se sumergió en los lugares más glamurosos y chic de París.

Lo que vio le gustó, pasear entre arboledas y edificios elegantes y palacetes era lo que más deseaba. Allí pensó que su vida sería más próspera. Se acordó lo que le dijo su amigo Truman antes de morir. "Sabes, los sirianos transferidos habitan en casas parecidas a las de cualquier urbanización de la tierra". 

El señor Stillson tenía la esperanza de conocer a una rica heredera, donde viviría a cuerpo de rey en una de esas casas solariegas y elegantes de París.

Mientras que pingüino, se conformaba con malvivir en lugar bohemio de Montmartre.

 900 palabras