Fiesta de gala
Ilustración de caballeros con smoking. |
—¿No me queda un poco grande? Dio media vuelta y se volvió a mirar al espejo.
—Te aseguro que té queda como un guante- le dijo-¡Y yo! ¿Qué te parece?
—¡Estás muy guapa! Es un vestido muy elegante y además el color oscuro te hace más esbelta.
Una vez preparados bajaron a recepción de bienvenida. Se abrieron paso entre un grupo de invitados que estaban conversando. Al pasar junto a ellos le tocó el hombro a Salvador:
—¡Buenas noches! Salvador y Charo ¡Qué guapos estáis!
—¡Hombre, Pedro! No te había visto, ¡y tú también!- se piropearon mutuamente.
—Permitidme que os presente a estos amigos, que acaban de llegar de Madrid, Oscar y Rosario.
—¡Encantados de conoceros! –les estrechó la mano cordialmente y se saludaron las mujeres.
Después pasaron al salón contiguo donde servían un cóctel.
—Me ha dicho Pedro que eres periodista -le comentó Oscar-
—Si, trabajo para un periódico, dirijo la revista semanal El Cultural.
—Hace tiempo que leo la revista y sobre todo me gustan mucho los artículos de arte. Me informan de las exposiciones que se van a realizar en Madrid. Recorro todas las galerías que puedo. En verano asistí a la de una pintora vasca. Me interesaron mucho sus creaciones y compré varios cuadros. Creo que se llama Carmina.
Salvador se sobresaltó al escuchar su nombre, aunque procuró no hablar sobre la pintora delante de su esposa.
Pasaron al comedor. Estaba elegantemente decorado. Sobre níveos manteles blancos brillaban los cubiertos de acero inoxidable, las copas de cristal y la vajilla de porcelana. Las servilletas colocadas sobre las copas. La decoración de las mesas eran ramilletes de flores. Se sentaron en una mesa, de tal modo que Salvador quedó enfrente de su mujer, y a su vez entre las dos mujeres y los hombres uno a cada lado de Charo. Salvador entre las dos mujeres se sentía completamente aislado, por lo que se sintió muy satisfecho. Charo no parecía aburrirse con sus compañeros de mesa. Mantuvieron en todo momento una buena conversación.
Salvador reconoció en una mesa a la joven francesa que conoció el día del baile de disfraces. El periodista posó su mirada en ella y le contempló descaradamente. Era una mirada dominadora, a la que ella se sometió con movimiento de cabeza, luego paulatinamente, se acostumbró a la situación y le contestó con una larga mirada y un guiño. Su esposa, que le observaba, le dijo:
—Si yo hubiera sido periodista escribiría un artículo titulado “EL mundo del lenguaje de los ojos” Imagínate como un hombre y una mujer que no se conocen de nada se lanzan a un duelo mudo, a una silenciosa lucha de amor, tan solo con las miradas ahora tímidas, ahora humildes, ahora evasivas, ahora insistentes, ahora altivas, consentidas, defensivas, suplicantes, prohibitivas. ¿Te imaginas todo esto expresado en música e interpretado por una orquesta?
—¿Habéis experimentado alguna vez esas sensaciones indefinibles que despierta en el alma una mirada de mujer que no sea la vuestra?
—Charo todos coqueteamos con la mirada alguna vez, incluso vosotras, pero siendo parejas que nos tenemos confianza no pasa nada. Pero cuando un matrimonio está mal avenido y no se tienen confianza, puede más la desconfianza que da lugar a escándalos e inseguridad. Sin duda no se romperán los matrimonios por esas causas, pero cuando esto llega a ser así, habrá otros motivos añadidos a éstas como la infidelidad.
Pedro observa las mesas de alrededor y ve a gente que mira y conversan sin tener en cuenta lo que cada persona tiene a su lado.
—Por ejemplo: Aquí, mira a tu alrededor y verás un clima tranquilo. Pero también hay un clima inmoral pues siempre están mal vistas las aventuras amorosas fuera del matrimonio. Todo parece muy natural, pero siempre hay algo escondido. La promiscuidad que se experimenta con la mujer del prójimo o cualquier hombre, menos el propio, es divertido, pero no parece tan inocente como se pretende.
Charo mira, pero solo ve la mesa de la francesa cegada por los celos.
—Sí, pero... cuando lo hacen delante de ti ¿qué puedes hacer? le preguntó Charo -intervino Oscar en la conversación. Oscar le contesta a Charo:
—Los hombres sucumbimos a las maravillosas tentaciones, unas veces por curiosidad, otras por flaqueza, aunque se trate de una meta inalcanzable. La condición humana está encadenada a unos actos que se repiten, y casi nunca aprendemos nada. En muchos matrimonios bien avenidos hay promiscuidad, con coqueteos y amoríos. Son cuestiones veniales y deseos de carne. Más preocupantes son la frivolidad y el hedonismo que se condensa en el desamor. La infelicidad o el aburrimiento provocan una actitud crítica y una escalada de imputaciones y de reproches-¿Comprendes?
Le dijo a Charo, esta asintió moviendo la cabeza en contestación.Charo sigue con la conversación:
—El desamor, desde luego- presentía que se le escapaba de las manos la conversación. Ella quería hablar de algo distinto a la Sociología del desamor.
Interviene Salvador preguntando a Charo.
—¿Te refieres a comentarios banales por los comportamientos de los matrimonios? ¿O a hablar sobre el nuestro? –le dijo Salvador a su mujer-
Charo se calló. El desamor que le preocupaba era el de Salvador ya que le sentía cada vez más lejano en cuanto a su relación sentimental.
Rosario se unió a la conversación y propuso otro punto de vista:
—Mira, Charo, las personas tenemos que tener libertad; me refiero la dulzura de vivir en libertad, aflojando los lazos del convencionalismo sin por eso caer en el abismo. Se trata de coquetear con la tentación y una vez consumada retirarse con gran alborozo, una vez amainado el peligro, ¿No es el coqueteo con el hombre o el hombre con la mujer lo mismo? ¿Quién comienza antes el peligroso juego él o ella? ¿En qué orden se suceden las provocaciones?
—Pues nadie reconoce tirar la primera piedra. -Intervino Salvador-
—¿Ignoro quien comenzó en vuestro caso o si comenzasteis al mismo tiempo? - les preguntó Pedro.
—Oscar que era un hombre muy sociable e inteligente y de conversación fluida, amante y vanidosa como todos los hombres pronunció una frase de Shakespeare:
(“El amor no prospera en corazones que sé amadrantan a la sombra”)
Le dijo a Charo, esta asintió moviendo la cabeza en contestación.Charo sigue con la conversación:
—El desamor, desde luego- presentía que se le escapaba de las manos la conversación. Ella quería hablar de algo distinto a la Sociología del desamor.
Interviene Salvador preguntando a Charo.
—¿Te refieres a comentarios banales por los comportamientos de los matrimonios? ¿O a hablar sobre el nuestro? –le dijo Salvador a su mujer-
Charo se calló. El desamor que le preocupaba era el de Salvador ya que le sentía cada vez más lejano en cuanto a su relación sentimental.
Rosario se unió a la conversación y propuso otro punto de vista:
—Mira, Charo, las personas tenemos que tener libertad; me refiero la dulzura de vivir en libertad, aflojando los lazos del convencionalismo sin por eso caer en el abismo. Se trata de coquetear con la tentación y una vez consumada retirarse con gran alborozo, una vez amainado el peligro, ¿No es el coqueteo con el hombre o el hombre con la mujer lo mismo? ¿Quién comienza antes el peligroso juego él o ella? ¿En qué orden se suceden las provocaciones?
—Pues nadie reconoce tirar la primera piedra. -Intervino Salvador-
—¿Ignoro quien comenzó en vuestro caso o si comenzasteis al mismo tiempo? - les preguntó Pedro.
—Oscar que era un hombre muy sociable e inteligente y de conversación fluida, amante y vanidosa como todos los hombres pronunció una frase de Shakespeare:
(“El amor no prospera en corazones que sé amadrantan a la sombra”)
El baile había comenzado al finalizar los postre Se pusieron a danzar cada uno con su pareja. Entre pieza y pieza se intercambiaban las parejas. Ya eran las dos de la mañana, cuando en un cambio de pareja Salvador bailó con la francesa. La estrechó por la cintura. El ritmo de la música se volvió más lento. La mujer se le arrimaba cada vez más, quería mantenerla al margen, pero era imposible. Una vez más el recuerdo de Carmina presintió en su memoria y se dejó llevar por el ritmo. No se daba cuenta que estaba jugando con fuego, que Charo les estaba observando desde la terraza y se estaba poniendo furiosa.
La francesa le pidió un cigarrillo y salieron a la terraza a fumar. Salvador entonces vio a su mujer y fue directamente a la mesa dónde se encontraba Charo y le pidió un cigarrillo. Abrió el bolso y sacó la pitillera, le dio uno y le ofreció otro a su acompañante con un gesto brusco y malhumorado. Encendieron los pitillos y estuvieron mirando el mar desde la balconada del hotel.
La francesa le pidió un cigarrillo y salieron a la terraza a fumar. Salvador entonces vio a su mujer y fue directamente a la mesa dónde se encontraba Charo y le pidió un cigarrillo. Abrió el bolso y sacó la pitillera, le dio uno y le ofreció otro a su acompañante con un gesto brusco y malhumorado. Encendieron los pitillos y estuvieron mirando el mar desde la balconada del hotel.
Charo se levantó de la mesa y mirando a Salvador con mirada acusadora se dirigió hacia la sala de baile, se paró en el umbral de la puerta, mirando primero a Salvador esperando que su marido se dirigiera a ella. A la francesa le echó una mirada fulminante. Salvador no se movió, se quedó mirándola inmóvil, pensativo. Ya hacía un rato que se le había apagado el cigarrillo entre los dedos cuando se dio cuenta que la francesa también se había marchado.
Un cuarto de hora más tarde Charo volvió para decirle que se retiraba a la habitación. Él se marchó con los últimos clientes de la fiesta. Cuando subió a la habitación Charo dormía con monótona y profunda respiración. Se tumbó en la cama vestido y se quedó dormido. Se despertó destemplado y miró a través del ventanal, que difundía una luz suave, un resplandor lácteo, era un alborear de invierno. Se desnudó y se metió en la cama.
Por la mañana Charo bajó sola a desayunar, se sentó en la mesa con las amigas de la fiesta y les preguntó:
—¿No estáis cansadas de trasnochar?
—No, ya ves, estamos preparadas para hacer deporte.
—Perdona, Charo, ayer me equivoqué con respecto a ti, pensabas que estabas celosa.
—¿Porque bailé con tu marido?
—No, no me enfadé con vosotras, -en su mirada se notaba un cierto reproche, a pesar de todo, logró dirigir el hilo de la conversación hacía su principal preocupación: la francesa.
—El enfado fue con mi marido, Se pasó un peine con la francesa. Se arrimó a mi marido y no lo dejó en toda la noche.
—¿Es de ella de quien estabas celosa?
—¡Caramba! ¿De quién sino? –exclamó Charo con sorpresa
—Es evidente que sus celos son motivados -dijo Rosario. La francesa es muy guapa y además joven. Todos los hombres se fijaron en ella. Es la típica mujer que gusta a todos los hombres.
—No digas eso, -le contestó Esther, mujeres como esa son capaces de provocar a cualquier hombre ¿No os fijasteis qué traje más sensual vestía, con ese gran escote en la delantera.
—luego me dio la noche y Salvador porque se va detrás de cualquiera que lleve faldas.
—Callaron al aparecer Pedro en el comedor.
—¡Buenos días, chicas! ¿Os apetece un baño en la piscina? ¿No baja Salvador?
—¡No! No creo que baje hoy, le dejé aún dormido. Yo me voy a dar un largo paseo por la playa.
Salvador, cuando se despertó, no encontró a Charo en la habitación. Encima de la mesilla encontró una nota donde le decía que iba a dar un largo paseo por la playa. Él, al encontrarse sólo fue decidido a la ciudad. Esperó la guagua que le llevó a la cercana ciudad donde las calles rebosaban de tiendas de toda clase. Salvador se divertía en pasar revista a las mercancías que le ofrecían en aquellos bazares. Se podía encontrar allí toda clase de objetos posibles e imaginables: Cámaras fotográficas y de video, relojes, calculadoras, telescopios y un sin fin de adornos de cristal y cerámica, etc. Después de mirar casi todo paso por el escaparate de una joyería, se paró, le llamó la atención un pequeño colgante de oro. Entró dentro y lo compró. El dependiente se lo envolvió en un discreto paquetito. Volvió al hotel y lo guardó en el fondo de la maleta debajo de unas camisas que ni siquiera se había puesto. Se sorprendió gratamente al comprobar que podía ir de compras él solo sin la compañía de Charo.
Se sentó en la terraza. Pronto, otros pensamientos se apoderaron de nuevo de él. Vio ante sí a Carmina, en actitudes divertidas, dulces del amor y del deseo que le hacían estremecer. Oía la voz de la pintora, tan próxima y que hubiese jurado oírla. La vio de pie, descalza ante el armario, cubierta con el picardía de noche que apenas le cubría las nalgas. Sólo brillaba la luz cerca de la cama, aquella semioscuridad hacía adivinar más las magnificas formas de aquél cuerpo de mujer, descansando sobre la almohada con los cabellos morenos esparcidos en torno a él. Respiraba el dulce olor de su cuello perfumado y veía en él colgado el pequeño colgante que le acababa de comprar.
Continuará...
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Hola.
ResponderEliminarYa me había gustado mucho la vez anterior que lo publicaste y me ha vuelto a gustar.
Muy feliz día.
Muchas gracias Marigem. He vuelto a sacar porque hay gente que me lo pidió. Algunos me hacen comentario otros no. Un abrazo
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