Camino al
estudio
Carmina había cogido el autobús como era su costumbre para ir al estudio. En su mente solo cabía en ese momento su amado periodista y despistada se bajo dos paradas antes de la suya.
Cuando se dio cuenta del despiste, el autobús ya había arrancado, pensó —¡Madre mía, como estoy hoy! recordó que en ese barrio vivía Salvador. No se lo pensó dos veces, entró en una cafetería y le llamó por teléfono:
Pintado a óleo por un amigo pintor Gogénola. |
—¡Diga, sí, quien...! -Ella antes de contestar se aseguró que la voz al teléfono era la de Salvador.
—¡Salvador...! Soy Carmina, ¿podemos hablar?
—¡Si, si! en este momento estoy solo en casa.
—¡Uff... menos mal! -ella respiró tranquila- ya llamaba un poco dudosa. Ya sabes que no me gusta llamarte a casa, prefiero llamarte a la redacción, pero... hoy me ha pasado algo raro, me he bajado del autobús antes de tiempo y estoy en tu barrio, por eso he decidido llamarte.
—¿Puedes bajar a tomar un café, estoy en una cafetería cerca de tu casa.
—Bueno, si quieres bajo pero, como te he dicho, estoy sólo en casa, a estas horas no vendrá nadie.— ¿Por qué no subes un momento?
—¿De verdad, que no irá nadie?,—¿No te importa que suba a tu casa, estás seguro?
—Sí... además estoy deseando verte a solas.
—Bueno... Subiré, aunque sea un momento pero dime... ¿en qué número y piso vives?
—En el quince, sexto, toca el timbre y te abriré la puerta del portal.
Carmina caminó alrededor de dos edificios y buscó el número del portal, se aseguró que nadie pasaba y tocó el timbre. Salvador la esperaba, le abrió la puerta automática. Al entrar Carmina miró a través del cristal del portal, a ver si no había nadie mirando desde las casas de enfrente. No vio a nadie asomado en las ventanas. Se aseguró que nadie la viera entrar en el ascensor. Una vez dentro ella se miró en el espejo, se arregló con coquetería el pelo.
Al salir del ascensor miró de izquierda a derecha para asegurarse que ninguno de los vecinos salían de sus casas y le pillaran in-fraganti entrando en casa de Salvador. Pero no, nadie la vio, Salvador ya tenía la puerta entreabierta y entró.
Se saludaron con un beso en la mejilla. Salvador la abrazó, le enseñó su casa, habitación por habitación, la de sus hijos, su dormitorio, su despacho lleno de libros. Al llegar a la cocina le ofreció un café que ya tenía dispuesto en el fuego y por último, le hizo pasar a la sala. Era una sala muy acogedora, sencilla con muebles clásicos como el conjunto del resto de la casa. Una vez allí Carmina observó unas fotografías colocadas unas sobre la estantería y otras colgadas sobre la pared. Eran de su familia, su hijo con él, sus hijos juntos, su esposa con sus hijos.
Apareció Salvador con el café y unas tazas en una bandeja:
—¿Quieres sólo o con leche?
—Con un poquito de leche por favor -le contestó.
Le sirvió la leche y tomaron sorbo a sorbo el café sin dejar de mirarse, ella agradecida le sonrió le hizo un gesto que a Salvador no le pasó desapercibido.
—¿Qué Carmina estás incómoda en mi casa.
—No cielo, sólo estoy un poco extraña, Quizás sea porque es la primera vez que vengo, tienes una casa muy bonita y acogedora.
Pintado al oleo |
Salvador encendió el cigarro, que acostumbra cada vez que toma un café, no sin pedir permiso a Carmina, ya que ella no fuma y quizás el humo pueda molestarla. El periodista cogió de la mano y la besó.
—Cariño estaba deseando besarte, no sabes la ansiedad que paso sin ti, no sabes cómo te quiero de verdad a veces pienso, ¿Cómo he podido llegar a quererte tanto?
La abraza con fuerza. Carmina hace un gesto de evasiva.
—¡Cariño aquí no! Que puede entrar alguno de tus hijos y además es tu casa y estoy algo tensa.
—Tranquila, que a estas horas es improbable que venga nadie, normalmente a estas horas estoy solo.
Salvador insiste en el abrazo le pasa la mano por la cintura y la estrecha contra su pecho. Ella se resiste pero es inútil, la embriagada mirada de Salvador le atrae lo suficiente como para dejarse llevar por el instinto. Se besan con insistencia, con pasión, con arrebato, saborean el fruto de sus besos y caricias la respiración es cada vez mas excitada. La pasión se desató y cada susurro en el lóbulo de su oreja, cada beso con lengua hizo que la pasión desatara lo que ella no pudo evitar, pero se dejó llevar. Salvador acarició cada rincón de su cuerpo desprovisto ya de la ropa, ni un trozo del piel se quedó sin explorar, sin besar sin acariciar. Ella se quedó desnuda, tumbada boca a bajo avergonzada por al situación un rato en el sofá.
Una vez repuesta, más tranquila y relajada se vistió. Desvió la atención hacia las fotografías que colgaban de la pared y pregunta a Salvador:
—¿Esas fotos son de tu familia verdad?
—Sí claro, son de hace unos años, de cuando los niños eran pequeños. Están sacadas en lugares que hemos ido de vacaciones.
Se levanta y le acerca las fotos que tiene en la repisa.
—Mira aquí estamos Ibai y yo en Donosti. Tenía unos cinco o seis años.
—Y tú muy guapo más joven, y con más pelo - le responde Carmina.
—¿No tienes fotografías de joven, me gustaría ver alguna?
—No, aquí no tengo ninguna, si queda alguna las tendrán mis hermanas, se quedaron en casa de mis padres, bueno… aquí tengo alguna de la mili.
El periodista se levanto, fue a su despacho y trae el álbum familiar, donde le enseña una foto de militar con casco. Bromearon por la pose de la fotografía, le ensenó el álbum de su boda, después de ver unas cuantos fotos. Carmina le dice:
—No has cambiado mucho de aspecto, bueno aquí eres veinte años más joven, tienes el pelo más largo, la moda de los años setenta y ochenta, mira ja, ja, ja los pantalones anchos. Aunque sigues teniendo el parecido, ahora de mayor, estás mucho más interesante.
Salvador le expresa su agradecimiento por su opinión con un abrazo, pero le insinúa su pesar por no haberla conocido en su juventud. Todo hubiera sido distinto, quien sabe, igual el destino no estaba para ellos en la juventud, sino en la madurez, porque el amor no tiene edad.
El tiempo pasó muy deprisa, viendo fotos, charlando y cómo no, dándose un beso de vez en cuando. Saben que cada minuto que pasan juntos tienen que aprovecharlo. Si tuvieran toda la libertad, la aprovecharían, ya lo creo que la aprovecharían. Carmina miró el reloj:
—¡Cielo!, He de irme ya, gracias por invitarme a tu casa he pasado un rato muy agradable.
Se levantaron del sofá, Carmina aprovecho para ir al baño y se despidieron con un monumental beso.
La pintora igual que cuando entró en la casa, adoptó todas las precauciones al salir, cuidando de que nadie le viese. Salió del portal y caminó con prisa, cogió de nuevo el autobús de línea.
Cogiendo el bus, pintado en acrílico. |
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